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Domingo, 31-08-08
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
FOTOGRAFÍA: RAFA ALCAIDE
CÓRDOBA. La ventaja de sentarse con una grabadora ante un amigo es que uno conoce sus caminos más fecundos. Y en el luminoso discurso de Sebastián de la Obra no hay camino que no conduzca a alguna parte. Hablar con él es como abrir un juego de muñecas rusas: siempre emerge una verdad oculta detrás de los objetos que cualquier mortal contempla distraídamente. Así que es conveniente permanecer atento a cada palabra que pronuncia. Maneja con exactitud el lenguaje y tiene una mirada compleja sobre la existencia, a veces tierna, a veces devastadora, derivada quizás de su inabarcable pasión por los libros. Y eso, a menudo, no trae nada bueno. «Conocer es sufrir», proclama con cierto aire melancólico.
Mucho antes de pisar Córdoba para abrir la Casa de Sefarad, Sebastián de la Obra nació en Úbeda. Allí residió por espacio de 22 días, hasta que su padre, contable de una constructora, fue trasladado a Marmolejo. Y cuatro años después, curiosamente, se instaló en Villaharta.
-¿Su carácter no tendrá nada que ver con las aguas amargas de Villaharta, supongo?
-No. Tiene que ver con la amargura.
-¿Por qué?
-Porque la amargura es un sentimiento que nos acompaña a las personas con cierta sensibilidad.
Dicho con toda la ironía, naturalmente. Luego, la vida lo llevó hasta Motril y, finalmente, a Granada, donde estudió Filosofía y Letras, Magisterio y Documentación. Allí conoció a su mujer, alumbró a su primer hijo y también sufrió los primeros sinsabores de la vida. «En Granada están las claves de mi construcción emocional e intelectual. Granada es la ciudad».
-¿Qué le enamoró de ella?
-Su tristeza. Granada es una ciudad que vive de la «socialnostalgia». Es una ciudad apagada, con las vanguardias más sorprendentes, pero moribunda, sin emprendedores, con la burguesía más pacata de este país, que no invierte, que vive de las apariencias, hermosísima y absolutamente apasionante para morir en ella.
-Está retratando Córdoba.
-De Córdoba ya hablaremos.
-¿Y por qué la tristeza es tan atractiva para usted?
-Porque es uno de los sentimientos más humanos. No hay que asociarla a la desgracia, sino a la profunda coherencia de un ser humano que es consciente de su finitud. Por eso, si somos inteligentes somos tristes.
De Granada salió huyendo. El Ayuntamiento le cerró el paso en unas oposiciones para dirigir las bibliotecas municipales con una de esas maniobras que se urden en los despachos para colocar a la persona adecuada. Huyó a Sevilla y allí aprobó otras «oposiciones durísimas», que le abrieron el camino de la administración pública. Montó un centro de documentación en la Consejería de Salud y después se presentó a unas nuevas pruebas para dirigir la biblioteca del Parlamento Andaluz. De eso hace ya casi 25 años.
-Se ve que ha sido buen estudiante.
-He sido un estudiante que siempre pedía exámenes orales. Eso no es ser buen estudiante: es tener un poco de cara y puesta en escena.
-Siempre supo que la palabra era su mejor herramienta.
-No tengo otro poder que la palabra y la imaginación.
-¿Le ha gustado meter las narices en el Parlamento Andaluz?
-Me ha dado seis o siete amigos y muchos sinsabores, porque en la primera etapa había demasiados comisarios políticos, que a un joven impetuoso e ignorante como yo le causaron muchos problemas, porque no me callaba.
-¿Cómo son las entrañas del poder?
-El Parlamento no tiene ningún poder. Es pura representación. El poder no está en el Parlamento y, si me apuras, tampoco en el Gobierno. Anda por otros círculos.
Luego vino aquella experiencia como adjunto al Defensor del Pueblo Andaluz, que le permitió adentrarse en las zonas más sensibles de la comunidad autónoma. Dice que trabajar con José Chamizo durante 11 años fue un privilegio, por su valentía y su equilibrio.
-Aprendí pero sufrí mucho.
-¿Por qué?
-Por lo que he visto y no he podido solucionar.
-¿Le insensibiliza ver tanto drama humano?
-Antes de eso me fui.
-¿Qué Andalucía conoció?
-La que se mantiene en la mejor tradición de la picaresca española. Y la Andalucía de enormes bolsas de sufrimiento, frente a la mirada excesivamente indolente de nuestra clase política.
-¿Esa experiencia le llevó a la melancolía?
-Me llevó a estar más cabreado. Soy un cascarrabias.
-Un cascarrabias militante.
-Lo que tengo el privilegio de conocer y no puedo cambiarlo, me cabrea. No tengo la suficiente madurez todavía para organizar mis pasiones y mis anhelos.
-¿La clase política es una casta o un espejo de lo que somos?
-La clase política es pasajera.
Con Sebastián de la Obra nunca se sabe dónde se esconde la celada. Dialogar con él siempre es territorio minado. Juega a la provocación y destripa el mundo con una perspicacia endiablada. Pero también compasiva. Y nunca se presta al cambalache de lo políticamente correcto.
-¿Qué esperaba de Córdoba?
-No esperaba. Me he encontrado.
-¿Y qué se ha encontrado?
-Una de las ciudades más hermosas en el sentido poético y urbanístico del país.
-¿Qué tiene Córdoba que no tengan otras ciudades?
-La huella urbana de la historia. Pocas ciudades del mundo la tienen: acaso Jerusalén o Estambul. Hablo de la ciudad.
-¿De la gente no?
-La gente me ha causado una impresión contradictoria. Hay un abandono ético del compromiso con la ciudad. La gente parece entristecida, cansada, con cierta desidia y falta de autoestima. Y esta ciudad puede ser lo que le dé la gana.
-¿Córdoba les ha correspondido al esfuerzo de difusión cultural?
-Si tuviera diez años menos, le diría que no. Pero ahora no soy exigente.
-¿Se conforma?
-No me conformo. Estoy cabreado. Pero en otra época hubiera montado dos asociaciones, un grupo de acción directa, hubiera salido con pancartas y no hubiera parado de escribir cartas al director. Aquí no tengo ganas.
-¿De qué huye un hombre que se refugia entre libros?
-Todos huimos de lo mismo: de la muerte.
-¿Le da miedo la muerte?
-Naturalmente. Llevo toda la vida pensando en ella. La palabra te permite vivir y relacionarte, y la imaginación te permite pensar en otras cosas que no sean la muerte.
-¿Los seres humanos estamos continuamente escapando de la muerte?
-Siempre. Pero hay que escapar con dignidad: viviendo, existiendo, agotando la vida.
-¿De qué nos salva la cultura?
-De nada. Sólo nos entretiene, que ya es suficiente.
-¿Sólo entretenimiento?
-El conocimiento nos salva de muchas cosas, pero es una fuente constante de sufrimiento. Conocer es sufrir.
-¿Es refinado como parece?
-No. Soy un hombre que admira muchísimo cierta estética. Pero no creo en la mera estética: detrás tiene que haber una posición ética de la existencia.
-¿Por qué desconfía de los arquitectos, los psicólogos, los periodistas, los poetas...?
-De todos los que pueden intervenir en nuestras vidas sin haberlos invitado.
-Entonces desconfía del ser humano.
-También desconfío del ser humano.
-¿En qué confía, pues?
-En la gente, en sus complejidades y sus contradicciones. Ése es su atractivo.
-¿Su desconfianza del poder es congénita?
-Es muy radical. Mi experiencia en el Defensor del Pueblo me ha llevado a tener una relación con el poder de chantaje. O me das o te quito.
-¿Qué es el ser humano?
-No lo sé. Aún estoy en ello.
-¿Y sabe ya cuál es el dios verdadero?
-No. Creo que cuando los busco se esconden.
-¿También cree que un pesimista es un optimista bien informado?
-Un pesimista es un hombre que le falta un poco de valentía y que debe de tener muchas razones para serlo.
-¿Su pesimismo es estético?
-Estético y ético. De mi pesimismo ahora sólo me salva mi hijo chico, que es un regalo de la naturaleza.
-¿Su simpático malhumor qué es: un signo de inadaptación o un acto de rebeldía contra el mundo?
-Es una forma de vivir.

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