Miércoles, 03-09-08
LA Vuelta a España visita con frecuencia Córdoba, siendo la capital meta y salida de la serpiente multicolor. La ronda ciclista trae hasta aquí espíritu deportivo, espectáculo, mucha publicidad y toda una caravana de personas y vehículos que llenan durante veinticuatro horas la ciudad y nos hacen sentir importantes a los cordobeses. Y la imagen de Córdoba se proyecta al exterior, gracias fundamentalmente a las espectaculares imágenes tomadas desde las cámaras de los helicópteros en el recorrido final de la etapa y como fondo a los comentarios al término de esta.
Da bien Córdoba en pantalla. Sin duda. Cualquiera que viese los últimos tres cuartos de hora de la retransmisión del lunes se admiraría con las imágenes del río Guadalquivir, los sotos de la Albolafia, el puente de San Rafael, la inmensa y hermosa mole de la Mezquita-Catedral, las murallas de la avenida del Corregidor, el Alcázar de los Reyes Cristianos, los frondosos jardines que acompañan los laterales de la amplia avenida del Conde de Vallellano y la inmediatez de la Sierra de Córdoba. Una cercanía que permitió a la carrera, en poco más de media hora, pasar por el centro urbano, subir una carretera de sierra, recorrer galerías de pinos y encinas y volver al centro de la ciudad.
Postal preciosa... si no queremos entrar en detalles. La cercanía y exhuberancia de la Sierra, el Guadalquivir y los sotos de la Albolafia, nos los ha dado la naturaleza. La Mezquita-Catedral fue obra de los Omeyas y del Renacimiento. El puente de San Rafael, las murallas, el Alcázar y la avenida de Vallellano con sus jardines, son frutos de las obras y restauraciones de la Córdoba cruzcondista. Córdoba no ha dejado de crecer desde los años cincuenta, pero qué edificio moderno y emblemático aporta la ciudad a la película que difunde la Vuelta. Dado que las maquetas y los proyectos no cuentan y que el hotel oxidado, afortunadamente, solo salió de refilón, la respuesta está clara.
La Vuelta retrata, sin querer, el estancamiento de Córdoba, tan rica en patrimonio y belleza natural como escasa en vibrantes referencias que reflejasen una pujanza material y anímica en los tiempos modernos. La responsabilidad de esta situación la colocaba ayer Rodríguez Alcaide, en estas páginas, en los propios cordobeses: «Nos autoflagelamos ante la inoperancia de quienes se supone dirigen esta ciudad, y en las tabernas y en las tertulias nos dedicamos a especular, en lugar de poner un cohete en el trasero de los dirigentes, a fin de que consigan iniciar y terminar proyectos».
José Javier lanzaba tres avisos sobre las consecuencias del silencio de los cordobeses, más grave en el caso de los intelectuales. Primera: «Hemos perdido la confianza en nosotros mismos y en quienes nos dirigen, puesto que históricamente muchos proyectos, anunciados múltiples veces, jamás se iniciaron ni se terminaron». Segunda: «Córdoba es una ciudad que no ha sido ni será respetada en sus proyectos por padecer la enfermedad del individualismo. Somos unos ciudadanos conformistas que formamos una masa necesitada de un sistema asistencial». Y tercera: «Una ciudad como Córdoba, entregada al remordimiento porque no asume sus responsabilidad, es una ciudad llena de anorexia moral».
No sería justo terminar este artículo hoy sin recordar que no en todas partes de nuestra provincia se actúa así. La plataforma «Que pare el tren en los Pedroches», incansable en su justa reivindicación y al haber concluido el plazo para que el Ministerio de Fomento señalase dónde se ubicará la estación, aprovechó el recorrido de la Vuelta ayer por Villaharta, Villanueva de Córdoba, Pozoblanco, Pedroche, Torrecampo y el Puerto de la Chimorra, para hacerse presente de forma pacífica y masiva.