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La piqueta que no cesa

EN plena era de la sostenibilidad, cuando Medio Ambiente ha acaparado competencias hasta hacer prácticamente imposible el desempeño de algunas actividades perfectamente legales, el patrimonio arquitectónico y arqueológico de nuestras ciudades se sigue destruyendo como si estuviéramos en los años sesenta. Nunca han existido más normas legislativas para proteger el patrimonio histórico. Ni más organismos y comisiones especialmente encargados de que se respeten las leyes aprobadas al efecto. Sin embargo, la piqueta sigue funcionando. Aquí en Sevilla, por no ir más lejos, Pablo Ferrand nos ilustraba ayer en estas mismas páginas con barrabasadas como la destrucción del antiguo puerto de Híspalis, el destrozo de la portada de la iglesia del Hospital de la Sangre, las setas de la Encarnación o el polémico vaciado del palacio de San Telmo. Todo esto por no hablar de los destrozos realizados en pleno casco histórico por las obras del tranvía o la redecoración de plazas y avenidas. Estas nuevas actuaciones de la piqueta están datadas todas ellas en pleno siglo XXI y algunas cuentan con el protagonismo estelar de la propia Administración. En materia de destrucción del patrimonio, Sevilla sigue siendo clásica y conserva intactas sus ansias de autodestrucción.

«MC»La manga estrecha que los responsables de otorgar licencias para obras demuestran cuando se trata de particulares, que se ven atrapados por una maraña burocrática que en ocasiones acaba por hacer inviables los proyectos, se torna en amplias tragaderas cuando la Administración está por medio y decide que tal aparcamiento, avenida, torre o ensanche son imprescindibles para salvaguardar supuestamente el interés público. Entonces no hay árbol que se salve ni yacimiento que no se vea seriamente amenazado. Aquí la cultura de lo verde se circunscribe a la protección del lince, que no está mal, y a la persecución de todas aquellas actividades industriales que ocasionan algún tipo de impacto medioambiental. En esos casos la intransigencia de las autoridades medioambientales, azuzadas por algunos grupos de fanáticos, es tan radical que llega a provocar a veces daños mucho mayores de los que pretende evitar.

Supongo que esta gran paradoja de la destrucción del patrimonio en plena era de la sostenibilidad no es más que un síntoma de que la especulación es sinuosa y capaz de traspasar cualquier barrera. También pudiera ser que el valor de lo auténtico, de la obra original, cotice a la baja. Quien sabe. El caso es que el siglo XXI en Sevilla, por no ir más lejos, cuanta ya con una amplia bibliografia de atentados patrimoniales, algunos de ellos de carácter irreversible. La piqueta pues sigue habitando entre nosotros.

aybarra@abc.es

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