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Colección Carranza: doce años de desacuerdos con el Ayuntamiento y un final feliz

Colección Carranza: doce años de desacuerdos con el Ayuntamiento y un final feliz

Historias como la de Vicente Carranza y su propósito de donar a Sevilla la colección privada de cerámica más importante de España en su género, confirman que en multitud de ocasiones, la realidad supera con creces a la ficción. Como si de una película de los hermanos Marx se tratara, los desaires del Ayuntamiento para con este generoso señor de paciencia espartana y el incumplimiento de sus compromisos respecto a la disponibilidad del Alcázar para acoger más de mil piezas de Triana únicas, incurren en el absurdo más desolador. Porque la historia, a diferencia de las situaciones marxianas, provoca de todo menos carcajadas.

Desde el origen de la donación de la cerámica —encuadrada inicialmente dentro de los actos del 75 aniversario de ABC de Sevilla— este periódico ha seguido muy de cerca el proceso y ha defendido con insistencia la conveniencia de que la colección recalase finalmente en la ciudad, con el apoyo de muchos colectivos culturales y ciudadanos anónimos que consideraban un «atentado» contra el patrimonio artístico sevillano los obstáculos del Ayuntamiento al acuerdo.

Desidia y lentitud

Ante la pasividad municipal, el coleccionista de Daimiel reclamó en 2004 la mediación de la Dirección de ABC de Sevilla y del anterior delegado de Cultura, Juan Carlos Marset, quienes instaron al alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, a solicitar a Patrimonio Nacional la cesión de cinco salas inutilizadas en el Alcázar con destino a la exposición permanente de cerámica. Nada más y nada menos que doce años ha necesitado el Ayuntamiento de Sevilla para aceptar un regalo, para culminar una gestión a todas luces sencilla y sobre todo, de alta rentabilidad cultural al ser graciosamente donado a la ciudad por parte de este octogenario ceramólogo manchego con la única condición de que la muestra permanente llevara el nombre de su hijo fallecido.

Un excesivo lapso de tiempo, aprovechado por otras ciudades para llamar a la puerta de Carranza. Toledo, Talavera, Valencia —las tres con un museo de cerámica que muchos sevillanos y visitantes echan en falta—, Madrid y Málaga se han interesado por la cerámica de Triana. Tampoco han faltado países europeos, instituciones y coleccionistas de renombre que han seguido la insólita evolución negativa del empeño de Carranza porque su legado engrosara el patrimonio cultural de la ciudad en que, según sus propias palabras, nacieron las joyas que componen su colección, y en un emplazamiento, el Real Alcázar, que le fue prometido en en tres ocasiones por parte del Consistorio y que después fue «permutado» por el futuro Museo de la Cerámica de Triana, cuyas obras aún no han comenzado.

Un regalo de lujo

Pocas colecciones de barro cocido y vidriado hay tan estudiadas, valoradas y codiciadas en el mundo como ésta. A lo largo de cincuenta años, Vicente Carranza y su hijo Miguel Ángel reunieron unos 800 azulejos, que han sido mimados, protegidos y estudiados por ambos y por el catedrático de Historia del Arte de la Hispalense y comisario de la exitosa exposición celebrada en San Clemente hace 12 años, Alfonso Pleguezuelo. Muchos de los azulejos están datados en el siglo XVI. Algunos anteriores a los de Niculoso Pisano —de aristas y cuerda seca—, cuando dominaban los pigmentos negro, manganeso y azul- cobalto. También los hay posteriores a este artista, que inauguró en Sevilla la técnica del policromado. Muy notables son los de Hernando Valladares; pero además de los azulejos, el tesoro de Carranza cuenta con multitud de vasijas, escudillas, tinteros, albarelos (botes de farmacia), e innumberables paneles fechables entre el siglo XII y el XX. De entre los más de setenta platos populares destacan los de reflejo dorado, hoy día muy buscados por los coleccionistas, dada su escasez. Con respecto a los conjuntos de paneles de azulejos del siglo XVIII, Vicente Carranza siente predilección por su Vía Crucis, un grupo completo de catorce paneles que, junto con otras piezas, encargó restaurar para su soñado museo sevillano.

Esta colección ha sido forjada con el ahínco de un viajero incansable que ha rastreado en las tiendas de anticuarios y en el mercadillo del Jueves en Sevilla, pero también en el Rastro de Madrid, en diversas subastas y en Lisboa. Ahora, si los pronósticos más optimistas se cumplen, el sueño de Carranza se hará realidad finalmente. El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, ha anunciado que pondrá a disposición de la colección tres de las cinco salas prometidas hace cuatro años en la zona alta del Cuarto del Almirante del Real Alcázar, mientras que otras piezas de interés se expondrán en el futuro museo de la cerámica Santa Ana, en Triana. El encargado del proyecto de la instalación museográfica será el profesor Pleguezuelo y si los plazos se cumplen, las obras durarán unos seis meses y los sevillanos podrían contemplar las maravillosas piezas la próxima primavera.

Carranza, ignorado

Un final feliz precedido por mil y un despropósitos que minaron el ánimo de Carranza hasta inducirle a tirar la toalla. La gestión iniciada en 1996 por la alcaldesa popular Soledad Becerril no se consumó por el cambio de Gobierno. En 2004, cuando se cedieron las cinco salas, el entonces consejero delegado del Patronato del Alcázar, Antonio Rodríguez Galindo, llamó a Carranza para mostrarle su conformidad. El director y conservador del palacio, José María Cabeza, inició la puesta a punto de las salas, y Carranza, la de sus piezas, comedido en el que gastó una fortuna. Cinco meses después se inauguraron los 500 metros de salas. sin que el coleccionista, con su cerámica preparada, recibiera llamada alguna.

En septiembre del 2005 se celebró la primera de las exposiciones temporales que se sucederían en estas salas ignorando el proyecto de la cerámica trianera. Ahora, es de recibo que los que dieron la espalda a Carranza y a los intereses de Sevilla rectifiquen sus errores y den por fin su sitio a este noble benefactor.

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