«Cuando cojo la cámara soy un cazador»
Un autorretrato
Domingo, 02-11-08
Con permiso de la RAE -la palabra no está en su Diccionario-, la muestra que le dedica el Reina Sofía desde el martes no es una retrospectiva sino una introspectiva. Idea que robamos al comisario, Nicolás Combarro. Ha pasado «al otro lado de la vida, de donde no se vuelve» (García-Alix dixit). Y no es que haya pasado a mejor vida, gracias a Dios. Que esta entrevista, aunque hecha el día de Todos los Santos, no ha sido mediante la güija. La cita, a las cuatro de la tarde, en una conocida cadena de cafeterías. La idea de hablar del bien y del mal, de la vida y la muerte entre frapuccinos de moca y muffins de chocolate resulta extraña, pero suculenta. Ha cambiado su chupa de cuero por un rebecón de lana; el whisky, por un zumo de naranja... Sigue siendo un tío duro, pero a estas horas y en este lugar lo parece menos. «Acabo de despertarme -dice-; ayer trasnoché y esta mañana a las nueve tuve una entrevista».
-Esta vez no ha necesitado un alter ego para contar su vida.
-El alter ego de Xila nació porque me tuve que poner a escribir de unos años (del 76 al 85) en los que yo no era un profesional,me estaba formando y la fotografía era para mí un hobby. Decir la verdad no era fácil. Era un compromiso muy duro conmigo mismo. Y un alter ego me permitía jugar. En esta exposición hay un texto, que es el hilo narrativo que conduce la muestra y que transita entre presente y pasado. En China inicié ese viaje.
-¿Qué pasó para que París se convirtiera en un infierno y viera la luz en Pekín?
-En París hice una trilogía de vídeo. La experiencia fue buena pero no fui en buenas condiciones. Era un momento muy delicado de mi vida. Tengo el hígado en una fase 4, con una cirrosis muy avanzada y parte del hígado necrosado y me veo obligado a tomar un tratamiento. Pero, como en la vida vienen todas juntas, atravesaba además una separación sentimental dura. Y me conozco a mí mismo... En ese momento no me podía permitir ni el alcohol ni otras cosas. Me doy cuenta de que la única manera de escapar es saliendo de Madrid y empezar de nuevo. Y me voy a París. El primer año, con el tratamiento de Interferón, es muy duro. Fue una etapa de fractura personal muy grande y pasé un momento muy obsesivo y depresivo. Lo superé al año y medio. Dios aprieta, pero no ahoga. Y me enamoré de nuevo...
-¿Cómo fue su experiencia asiática?
-Necesitaba el aliciente de ese viaje. Allí empecé el texto de esta exposición. Me encantó la gente, el país... En muchas cosas me recordó al Madrid de los años ochenta. Hay una eclosión de energía juvenil, de fuerza. Se sienten entrando en la Historia como una gran potencia. Todo es nuevo. Hice muchos amigos.
-¿No sintió el «Lost in Translation», versión china?
-Yo sonrío y ellos sonríen. A la semana ya tenía pandilla.
-Por matar el miedo, dice, es capaz de cualquier delito. ¿Ha vencido ya esa lucha con el miedo?
-El miedo no te lo quitas nunca. Con los años tienes más carencias, más miedos.
-¿Ha tenido que enfrentarse a muchos demonios?
-Como todo el mundo. Demonios tenemos todos. Me siento mi peor enemigo muchas veces por mi carácter patológico.
-Se pregunta si ha pasado la vida huyendo o buscando un imposible. ¿Tiene ya la respuesta?
-A eso no se responde nunca.
-Es curiosa su teoría: ve la fotografía como un médium. Habla de su colección de fotografías como una colección de futuros cadáveres y revelar las fotos es algo así como resucitar a los muertos. Todo muy paranormal...
-Es una licencia que me permito, pero no deja de ser verdad. Ves, por ejemplo, un buen día la foto de tu madre o de tu padre que creías perdida y es un poderoso médium que te devuelve al pasado. Mi fotografía siempre ha girado alrededor de mi vida. Cuando hago un repaso de mi fotografía me veo obligado a dialogar con los que son parte de mi experiencia. Todo está ahí: lo bueno, lo malo, los ausentes... Me meto en el laboratorio a revelar y veo la foto de mi hermano muerto saliendo en esa oscuridad.
-«Poseer presencias me alimenta...» Hay cierto canibalismo espiritual en sus palabras.
-Sí. Me gusta fotografiar seres humanos. Suelo tener relación con quienes retrato. No es un aquí te pillo aquí te mato. No hago la foto y desaparezco.
-¿Roba algo del fotografiado?
-No lo robo nada. Le doy algo y él me da algo a mí.
-En breve verán la luz todos sus textos reunidos en «Moriremos mirando» (La Fábrica). Parece toda una declaración de intenciones para un fotógrafo, incluso sería un buen epitafio.
-No me gusta mirar. Me veo obligado a mirar con intencionalidad cuando tengo la cámara en la mano. Esa intencionalidad me quita de repente la inocencia. Como fotógrafo decido dónde y cómo mirar.
-Es extraño, porque normalmente creemos que un fotógrafo es un curioso, un voyeur o un tímido parapetado tras una cámara...
-Cuando cojo la cámara soy un cazador.
-Creo que ha narcotizado todas las penas y hoy se ríe de ellas.
-Ha sido una licencia poética. Durante años tuve problemas con los narcóticos (aunque son maravillosos, qué le vamos a hacer). He sido capaz de dejarlos, que ya es mucho. No tengo demasiados daños encima.
-¿Ha tenido que pagar un precio muy alto por ello?
-He pagado un precio muy alto de ausencia de gente que quería mucho. De la pandilla, queda uno de cada diez. Los recuerdo lleno de cariño y de amor. No tengo remordimientos. Ahora me pregunto: ¿qué habría sido de nosotros si no hubiéramos entrado en aquello?
-Vivir tan intensa y peligrosamente como usted, recorrer la vida a lomos de una Harley, ¿le ha hecho saborearla más?
-No. La vida se me hace menos cuesta arriba. No creo que haya vivido tan rápido. He sido muy inconsciente. Me mueven mis propias pasiones. Soy Aries, muy cabezota, no me paro a mirar a mi alrededor.
-Define aquellos salvajes años de su vida como «años con la sonrisa muerta en las pupilas y el corazón desbocado». ¿Cómo los recuerda hoy? ¿Es agridulce esta autobiografía en imágenes?
-Sí, es agridulce. La vida no es buena ni mala. Ni noble ni pura. La vida es vida.
-«Todo» y «Nada», rezan sus nudillos tatuados. ¿No hay términos medios en su vida?
-Sí me gustan. Es una metáfora para reconocerme en ella. Pero es complicado de explicar.
-En esta exposición deja su vida al descubierto. ¿No tiene pudor por abrir de par en par su vida? ¿No tiene usted algo de exhibicionista?
-No me da pudor; no muestro realmente lo muy importante. La vida es la que he tenido, no puedo negarme a mí mismo. Todo artista es exhibicionista.
-¿Es más un optimista con pronóstico reservado que un pesimista crónico?
-Yo soy optimista por naturaleza, aunque mis obras me salen un poco tristes.
-¿Sigue manteniendo dos cámaras: una Leica y una Hasselblad?
-Sí. Para la calle uso más la Leica, es como un cuaderno de apuntes. La Hasselblad implica pararse a mirar más, necesitas más tiempo. Es muy humillante si llevas la cámara y regresas sin una sola foto.
-¿Recuerda cuándo y a quién hizo su última foto?
-El retrato de una amiga hace unos días.

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...