La UE no se fía de Erdogan
Nadie lo hubiera dicho cuando el primer ministro turco, Tayip Erdogan, fue aclamado como vencedor de las elecciones legislativas anticipadas en julio de 2007. Entonces había obtenido una victoria histórica ante en el formidable desafío que le habían lanzado los militares y los partidos de la oposición kemalista, lo que le permitió lograr lo que ningún partido islamista turco había podido jamás: controlar el Gobierno, el Parlamento y -más extraordinario aún- la Presidencia de la República. Todo el poder en sus manos para haber puesto en marcha una reforma constitucional en dirección a la Unión Europea.
Sin embargo, año y medio después, todo sigue igual. El último informe de la Comisión Europea apenas constata avances significativos. Y Bruselas ha perdido la fe en la capacidad de Erdogan de conducir al país hacia la UE. «Creemos que Erdogan se ha convertido en un kemalista más, incapaz de pasar más allá de los mitos nacionalistas incrustados en la esencia de la república turca», comentan a ABC algunas fuentes diplomáticas europeas, decepcionadas por la situación en Turquía, donde el Gobierno no ha sido capaz ni siquiera de desembarazarse del famoso artículo 301 de la Constitución, que la UE considera como un obstáculo intolerable para la libertad de expresión.
Las noticias sobre la decepción que se ha instalado en Bruselas han sido publicadas incluso en la prensa turca hasta ahora más afín al Gobierno.
Desde que Erdogan se hiciera con la llave para llevar a cabo los cambios esenciales en el sistema político turco, el líder islamista se ha entrampado en el estéril debate sobre la liberalización del uso del pañuelo islámico en las universidades. La reanudación de la actividad terrorista de los grupos armados kurdos y los combates en la frontera con Irak han revelado un perfil de Erdogan cuyo lenguaje en este campo no difiere nada del de los militares más comprometidos con el nacional-kemalismo.
Tampoco en el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) están las aguas tranquilas. Su intervención pública a primeros de noviembre -en la que dijo que «aquellos que no quieran vivir bajo un país turco, que se vayan» antes de justificar a quien abrió fuego contra una manifestación a favor de los kurdos en Estambul-, ha provocado la dimisión de uno de sus lugartenientes, Denguir Mir Mehmet Firat, que contestó a su vez que «el país se encamina hacia un periodo muy delicado».
Tampoco la política exterior
En los pasillos de la Comisión y del Consejo se considera que el informe publicado este mes de octubre -considerado como condescendiente- «es la última oportunidad» para comprobar las verdaderas intenciones de Erdogan. Por ahora, dicen, «se está comportando como un político de la vieja escuela, preocupado solo de ganar las elecciones, no de las reformas esenciales que necesita el país si quiere convertirse en miembro de la UE».
Una de las cosas que se contempla con más detenimiento en Bruselas es el hecho de que en el último año Erdogán ha desarrollado una política exterior muy activa, pero no en dirección hacia Europa sino con la evidente intención de forjarse un espacio estratégico propio en el Cáucaso y Oriente Medio, pero sin dar ni un paso significativo para ayudar a la reunificación de Chipre, que es otra de las exigencias de la UE.

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