Por primera vez se exhibirá en España una cuidada selección de 171 obras de su colección. Será en el Museo Esteban Vicente de Segovia, a partir del próximo día 27 de enero, bajo el título «Nueva York. El papel de las últimas vanguardias»
«El coleccionista pasa: vivimos y morimos; la obra de arte va mucho más allá»
Kramarsky, en su despacho, junto a una obra de Annabel Daou | A. G.
Publicado Miércoles, 31-12-08 a las 10:24
Es miembro del Patronato del MoMA de Nueva York y del UCLA Hammer Museum en Los Ángeles. Ha sido presidente de la Fundación Andy Warhol y del Drawing Center en Nueva York. Durante cincuenta años este norteamericano nacido holandés y con remotas raíces rusas ha amasado una impresionante colección de 3.000 obras representativas del minimalismo y el post-minimalismo, centrándose en el dibujo como uno de los lenguajes más valientes y transparentes. Pero Kramarsky habla y actúa como si nada de esto tuviera ninguna importancia.
—A usted le gusta presentarse como una especie de anticoleccionista, alguien que pasaba por ahí. Incluso presume de carecer de formación académica. 
—Sí, eso es así. Yo he estudiado mucho el mundo del arte, pero nunca de un modo académico. Nunca tomé un curso artístico en la Universidad. En parte eso se debió a que esos cursos siempre eran al final de la tarde, cuando ya había oscurecido, o a primera hora de la mañana, y a mí no me gustaba madrugar. Imposible.
—Teniendo en cuenta que la mayoría de la gente trata de aparentar que sabe el doble de lo que sabe, ¿por qué pone usted tanto interés en desmitificarse?
—(Se ríe) Lo que ocurre es que estoy mucho más interesado en el trabajo del artista que en el del coleccionista. El coleccionista pasa: vivimos y morimos. La obra de arte va mucho más allá. En cierto modo creo que lo que yo trato de hacer es seguir el progreso del arte que siento que es significativo a través del tiempo.
—¿Se considera usted una especie de hiperconductor del arte? ¿Alguien que pasa la señal?
—Sí.
—Pero esa no deja de ser una forma indirecta de ser artista. Su gusto, su mirada, están implicados. La señal que pasa es la obra de arte... más usted.
—Yo creo que mi forma de arte es saber colgar el arte.
—¿De la pared?
—Ajá. Diseñar cómo se van a colgar las obras en una exposición es probablemente una obra de arte en sí misma. Muchas exposiciones están tan mal colgadas que la gente no puede ver el arte.
—¿Me puede poner un ejemplo de arte bien y mal colgado?
—Vi un caso terrible de arte mal colgado en el Met de Nueva York hace sólo unos meses. Había una fantástica exposición de Jasper Johns que había empezado en Chicago. Y en Chicago se veía fabulosa. Viajé a Chicago y me pasé dos días viendo esa exposición, nueve o diez horas cada día... Mientras que aquí... Por ejemplo, el cuadro «Gray» (Gris), que precisamente es todo él sobre cómo Jasper Johns usa el color gris. Pues estuvo muy mal colgar eso en un galería con el suelo metalizado y gris y un techo blanquecino.
—Usted es famoso por predicar que las colecciones privadas se dividan y vayan a museos regionales, escuelas de arte, etc. ¿No se fía de los grandes museos?
—Al contrario, pienso que los grandes museos siguen siendo muy importantes. Sólo museos como el Met, o el de Harvard o el de Yale tienen la capacidad para hacer el tipo de investigación que hay que hacer. Pero los museos pequeños a menudo están en sitios donde la gente no tiene fácil acceso a los grandes museos. Su función es ser un escalón intermedio. Proveer a muchas personas de un primer contacto con el arte que las empuje a querer ir más allá.
—Por ejemplo, ahora lleva su colección a Segovia.
—Hasta ahora había participado en exhibiciones temporales en España, pero es la primera vez que llevamos una selección de la colección completa. Yo para eso pongo siempre dos condiciones: la primera, que la exposición debe incluir tanto artistas muy conocidos como otros que no lo son tanto, en una proporción de 2 a 1 como mínimo. Y la segunda condición es que las obras deben mostrarse de un modo en que incluso alguien poco familiarizado con ese arte pueda acceder a él. Esto no es fácil porque este arte no es muy accesible. Usted ve un paisaje: árboles, un río, las flores, la gente, etc. Y se siente bien, siente que conoce el tema. Todo el mundo lo conoce. O ve un hombre en lo alto de una montaña, y lo mismo. Pero en el arte abstracto no hay otro tema que el que pone usted, que el que usted lleva dentro. Y eso es difícil porque de repente uno se pregunta: ¿a dónde se ha ido todo el mundo, cómo es que aquí no está pasando nada? Y poco a poco uno empieza a entender algo sobre cómo hacer una imagen, cómo hacer un objeto. Y eso es lo que es interesante, el hecho de que alguien se enfrentó al reto de cómo hacer esto y lo solucionó así. Supongo que para ustedes los escritores es lo mismo, que la gracia es cómo ha resuelto cada uno el reto de la página en blanco. Cómo ha llegado a ninguna parte a partir de ahí, y como cada escritor llega allí de otra manera.
—¿Seguro que usted no ha sido nunca directamente artista?
—No.
—¿Y por qué no?
—¿Por qué no?... Bueno, en un momento de mi vida en que habría podido planteármelo... me casé.
—Sí, ya sé que «culpa» a su matrimonio de haber tenido que vender hace años un dibujo de Jasper Johns...
—(Se ríe) No, no culpo a mi matrimonio. Pero es verdad que tuve que venderlo.
—Y lo convencidos que estamos todos de que los coleccionistas de arte son gente fabulosamente y permanentemente rica.
—¿Conoce usted a ese matrimonio de coleccionistas, Dorothy y Herbert Vogel? Ahora se habla mucho de ellos porque han decidido donar piezas de su colección a 50 museos, uno por cada Estado. Han coleccionado sin parar durante cincuenta años. Él es un empleado postal retirado, ella una antigua maestra de escuela. Hablamos de gente sin ningún dinero. Yo tengo algo, ellos nunca han tenido nada. Nada, ¿me entiende? Una vez me invitaron a cenar a su apartamento. Era un apartamento pequeñísimo. Casi no nos podíamos mover: estaba abarrotado de arte de arriba abajo. Era fascinante.

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