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Jueves vestido de cola

Jueves vestido de cola

A la media verónica, calle de los Gitanos, llegó Curro a ponerle romero al Señor de la Salud. Todo el mundo esperaba a Cayetana, pero este año no ha sido la duquesa quien ha ido a ver al Manué, sino que ha sido el Cristo calé el que se ha acercado a verla a ella a ese patio donde madura el limonero. Por eso Curro se vistió otra vez de las luces de la ciudad cuando apareció con Carmen Tello por la calle de sus sueños: Verónica. Porque hay cosas en el Jueves Santo de Sevilla que no son casualidad. Ese Jueves que se viste de cola y ruán por todas las esquinas es un hito incalculable. En ese Jueves, definitivamente, está condensada toda la esencia de lo que llamamos Sevilla. Una cola para el ruán del Gran Poder que llega a donde San Lorenzo pierde su nombre. Otra cola de fiesta en la Macarena que da dos vueltas a San Gil. Y otra más en el Silencio que se pierde en el horizonte de Alfonso XII. Y cola en la Asunción. Y en el Calvario de la Magdalena a la hora de la Quinta Angustia. Candelabros de cola de Triana alumbrando la cola que llegaba al Altozano. Qué pureza la de Matilde Coral en la puerta de su casa, entornada, viviendo la fiesta de su arrabal con el luto por Chano Lobato. «Deja la puerta entorná / por si alguna vez me diera / la tentación de empujá».

Cante para los gitanos de la Puerta Osario. Que oyeron la primera saeta del cardenal en su itinerario mañanero por las iglesias de la Madrugá. Junto a él, para defender a la gitanería, estaba el Defensor del Pueblo. Y monseñor Amigo Vallejo habló mirándole a los ojos. «Ya podía Dios hacer algún milagro. Vemos en el Jueves Santo cómo Cristo hace del pan Eucaristía. Por eso le decimos: “Haz un milagro, Señor”. Pero el de la Salud nos responde: “No me pidas a mí los milagros que tienes que hacer tú”». Ese milagro es un momento. Un tris. El Cristo de la Salud en la Catedral, que «es para mí muy emocionante». Por eso este milagro «va por vosotros, gitanos, porque traéis de la mano a las personas más humilladas y con mayor marginación».

Ay, gitanos de la Verónica de Camas. Seguid al cardenal y escuchadlo en San Gil: «Para ver a Dios hace falta limpiar muy bien los ojos. Y conociendo nuestra debilidad, Dios puso un pañuelo en nuestras manos. Ese pañuelo es la Esperanza. La Esperanza nos limpia los ojos para que podamos ver a Dios. Y esta Esperanza Macarena viene llena de alegría porque sabe que su hijo resucitará de entre los muertos». En cada sitio una homilía. Una para el Calvario. Otra para la Esperanza de Triana. Otra para el Silencio. Y otra para el Señor de Sevilla, que ayer doblegó al imperio ruso como cada Madrugá doblega a quienes le miran a la cara. La heredera del trono de Rusia, gran duquesa, Alteza Imperial y último bastión de la dinastía zarista de los Romanov, María Vladímirovna Románova, firmó en el libro de honor del Gran Poder arrobada por el vívido padecimiento del nazareno de Juan de Mesa: «Se ha cumplido una ilusión que tenía, porque no había venido nunca a esta Semana Santa. Desde aquí, mi respeto al Señor de Sevilla», afirmó la señora mientras pedía a la marquesa de Benamejí y a Carmen Cobo, sus anfitrionas, que no dejaran de hacerle fotos delante del paso. Pero fue el Gran Poder quien la conquistó, no las tropas de España. Aunque allí estaban también el Jefe de Estado Mayor disfrutando de «este milagro de emociones», y el General director de Personal del Ejército de Tierra, que quedó marcado por «el rostro inolvidable» del Cristo de San Lorenzo.

Pero qué más da quién este si estaba Sevilla. Estaban las mantillas negras llenando de plañideras las calles. Estaban las corbatas oficializando el luto. Estaban los bares del centro llenos y las tiendas cerradas. Que ése es otro milagro del Jueves Santo. La familia. Toda la prole en la cola para ver de cerca la cara de Dios y la de la Virgen. Porque ayer, fecha culmen de la Pasión de Cristo, justo un año después de que jarreara con virulencia en la Feria más llovida que se recuerde, apretó el solano para que Sevilla se vistiera de cola por las esquinas y empezara a soñar con la Resurrección que ayer resucitó Curro en el callejón de la Verónica gitana. Ole Sevilla cuando abre su capote de ruán.

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