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Luis de Cárdenas: Desaparecido en la inmensidad del océano Pacífico

Desde los primeros años de presencia española en tierras americanas, hay constancia en ellas de este cordobés. Ya en 1524 está en México con los hombres de Cortés, y desde allí navega hasta las costas de Honduras en la expedición de Francisco de las Casas compuesta de varios navíos, que tras hacer frente a fuertes tormentas al través de la costa de Belice, arriba al puerto de Trujillo. A los pocos años, de nuevo se embarca en una de las grandes expediciones que se preparan desde México para abrir la ruta desde el litoral americano hasta las islas de las Molucas, buscando así una alternativa a las arriesgadas travesías que los barcos españoles realizaban desde España hasta las islas del Pacífico a través del temido estrecho de Magallanes. Para ello en 1527 Hernán Cortés organiza una pequeña flotilla de tres navíos, que se abastecen con provisiones en abundancia para tan largo y desconocido viaje a través del inmenso océano. Luis de Cárdenas es nombrado capitán de uno de ellos, la nao Santiago, tripulada por 45 hombres, que junto a la capitana al frente de Alvaro de Saavedra, denominada Florida, con 50 españoles, y el patache comandado por el jerezano Pedro de Fuentes, con 15 marinos, zarpa del puerto del pacífico de Zihuantanejo el día de la víspera de todos los Santos.

Comienzan entonces las penalidades de Luis de Cárdenas en una de las más duras travesías de la historia como es el cruce del Pacífico. Al poco de salir, él y sus compañeros ven morir al cirujano que llevaba la capitana, al que dan la sepultura que se ofrecía a los hombres que morían abordo, echando su cuerpo a la mar. Tras ocho singladuras, se descubre una gran vía de agua en la popa de la nao capitana, y a pesar de que se da a la bomba de achique sin descanso y de que se hacen todos los esfuerzos necesarios para tomarla, no logran localizar por donde entra el agua entre las tablas del navío. Mantener activa la bomba era un trabajo tan agotador, que Luis de Cárdenas se ve obligado a abarloar su navío a la Florida, para transbordar algunos de sus hombres que ayudaran en tan dura tarea. Pero esta medida no fue suficiente, siendo necesario que al menos treinta veces más a lo largo de la noche llegaran gente de refuerzo de las otras naves.

Apenas cumplido un mes de navegación, al atardecer del día 15 de diciembre, se descubre una nueva vía de agua, esta vez en la proa de la nao de Saavedra, inundándose el llamado pañol del pan, que se echa a perder, así como el aceite, el vinagre y otros bastimentos de primera necesidad que tienen que ser arrojados a la mar. El navío además inexplicablemente queda sin gobierno. Algo dificulta el movimiento del timón, pero la noche se echa encima y el maestre decide buscar la causa con la luz del día siguiente. Demasiado tarde, un fuerte aguacero que sorprende a la Florida, provoca que su vela mayor rompa escotas y brazas y flamee con violencia, y que al estar sin gobierno la nave se atraviese a la mar. Mientras tanto, la Santiago y el patache pasan delante de la capitana y empujadas por el vendaval, se dispersan de su conserva en poco tiempo. Visto como desaparecían de su vista, desde la capitana se hicieron señas con sus fanales, pero sin éxito alguno. Sorprendentemente, la Florida supera el mal trance y consigue llegar a buen puerto, y sin embargo los barcos del cordobés Luis de Cárdenas y el jerezano Pedro de Fuentes nunca más vuelven a ser avistados.

En algún punto situado en los bajos de Gaspar Rico o en las cercanías de alguna de las pequeñas islas que conforman el archipiélago de las Marshall se pierde el rastro de estos marinos andaluces y los 60 hombres que tripulaban sus naves. Qué fue de su suerte es uno los fatídicos misterios que la mar guarda celosamente para siempre.

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