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Embrujados por la zarzuela

Embrujados por la zarzuela

El equipo que nos traía el año pasado la preciosa «Tabernera del puerto» ahora repetía casi al completo con esta «Bruja», con igual éxito en prácticamente todos sus aspectos. Y eso que este nos metíamos de lleno en esa asignatura pendiente de la música lírica española: su aspiración operística. Un tema amoroso elevado con ribetes heroicos (con guiños franceses), una componente mágica (como en la ópera alemana), dificultad vocal (como en la italiana) y un libreto en el que la música apenas deja sitio a los parlatos. Tampoco la orquesta se reduce a los característicos acompañamientos «guitarrísticos», ni por su enorme colorido ni en la complejidad armónica. Y si esta zarzuela no es habitual en el repertorio acaso sea por los enormes recursos que necesita: cinco escenarios para sus cinco actos, con un vestuario variadísimo no sólo para los protagonistas, sino también para el coro. De su dificultad vocal ya nos advierte de antemano la necesidad de un doble reparto solista. Éste que estrenaba no podía ser mejor: Bros repetía, como el año pasado, con su voz elegante, segura, de amplísimo volumen y fiato, clara y emotiva, cautivando en el número más conocido de la obra, la famosa «Jota» o en el dramatismo del «Racconto de Leonardo». A su lado la canaria Nancy Herrera repetía el éxito que le vimos hace poco en «La italiana en Argel» (Jerez), aunque con un rol muy distinto y con igual dificultad; y si allí nos fascinó su zalamería y resolución, en ésta nos «embrujó» doblemente como maga y amante. Voz espléndida, segura en los agudos y aterciopelada en su centro, dispuesta al servicio del variopinto texto. Los demás cumplieron sus cometidos, acorde con la importancia de sus respectivos roles.

En el foso, Miguel Roa conducía a la orquesta con la maestría y adecuación que le caracteriza en este tipo de repertorio; sí diremos que hay tantas ROSS como batutas que la dirigen, y sabemos que hay una muy por encima, sobre todo con una orquestación tan rica. La dirección escénica estuvo igualmente acertada, manejando muy bien la masa coral y moviéndose con fluidez entre tanto decorado, con especial énfasis en representación del romance moro («Pues, señor, éste era un rey»), mientras la escenografía, funcional, tuvo su mejor decorado en el que abría y cerraba la obra. Importante es también la coreografía, con magnífico movimiento de los espíritus, aunque la jota quedó un tanto descafeinada.

El coro intervino bastante y así hubo de todo, pero valoramos su esfuerzo tanto vocal como «coreográfico». Son los tiempos.

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