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Sevilla, la mal vestida

Como «Álora, la bien cercada» en el romance viejo, «Sevilla, la mal vestida». Sobre todo, en verano. Zarrapastrosa. Yo no sé a qué vienen tantos zaras y tantos mangos, tantos cortefieles y tantos hugobosis, si Sevilla se ha convertido en la única ciudad interior donde la gente viste como si la playa estuviera en la Plaza Nueva. No, peor que en muchos sitios de playa. En Santander, que tiene playa, la gente viste como en Sevilla antiguamente en el verano, y mi querido Rogelio el de Trifón, que me estará leyendo desde su casa de la Montaña, no me dejará por embustero.

Pensaba estas cosas el otro día en el mismo sitio donde Rafael Montesinos se acordaba de Sevilla: en Madrid. En los días claros de nostalgia, Sevilla se divisa perfectamente desde la Puerta de Alcalá. En la víspera de la cena de los Cavia me di un garbeo por la zona comercial y de negocios del barrio de Salamanca. Por Serrano, por Goya (sin premio), por Lista, por Ayala, la de la histórica y monumental frutería de Vázquez, la que saca sus vivos bodegones a la puerta y nos hace evocar las fruterías que perdimos en Sevilla, como la que estaba en la calle Tetuán junto al Ateneo, con sus olores tropicales a piña y a mango, el perfume de las fresas y de las cerezas del Valle del Jerte.

Me di ese garbeo por el barrio de Salamanca a la hora en que los madrileños clásicos siguen tomando el vermú, que es como el «poeta» de Casa Morales, pero pronunciando mucho las eses. Y me llamó la atención lo mismo que a los madrileños los tendidos de la plaza de los toros en Feria: lo bien vestida que iba la gente en verano. Aquí en Sevilla, por lo visto, hemos circunscrito el bien vestir de toda la vida a la Feria y la Semana Santa, al quinario de la hermandad y a las bodas y bautizos. En el diario, y más ahora en el verano, el sevillano va cada día más de trapillo. De trapillo impresentable. Ya describí las hordas de piratas con pantalones a media pantorrilla (peluda) que han tomado Sevilla. Nada de eso que es aquí lo normal por Sierpes y por Tetuán vi por el centro de Madrid. La gente iba vestida de verano, pero presentable. En calzones cortos sólo iban los turistas de mapa en la mano y búsqueda del Museo del Prado. La gente iba normalita. Fresquita, pero normal. No esto de aquí, que los ves, y sólo les falta la sombrilla y la butaca plegable, vestidos tal si fueran hacia la playa.

Y en el barrio de Salamanca, chaquetas. Y corbatas. Y trajes. Me harté de ver ejecutivos jóvenes de traje y corbata, cartera del ordenador portátil en mano. Tan desacostumbrado estoy a ver a nadie en traje oscuro y corbata por la calle en verano, que en cuanto vi a los primeros doscientos o trescientos ejecutivos que salían a almorzar, pensé:

—¿Tantas bodas hay aquí en Madrid los días entre semana?

Porque en Sevilla es que no falla. Ahora en verano no ves gente con traje y corbata por la calle más que cuando es fin de semana. Tú ves por el centro de Sevilla en el verano a un señor perfectamente trajeado y encorbatado, y no falla: o va a una boda civil en el Salón Colon del Ayuntamiento, o va a una boda en la Capilla Real, o va a una boda en La Caridad. Bueno, pues en Madrid los hombres de negocios, los de aquí en mangas de camisa o en niqui, van como los de las bodas de Sevilla. Hablamos mucho del sentido de la medida de Sevilla, pero para sentido de la medida, Madrid. En Madrid han prohibido que en el Congreso de los Diputados entre la gente como si fuera a la playa. Aquí nadie ha puesto pie en pared. ¿Vieron en el programa de Paco Robles en Sevilla TV cómo van vestidos aquí los concejales en el pleno? El único que estaba con traje y corbata era Zoido. Pero no me hago ilusiones. Seguramente es que luego tenía la boda de uno de Jóvenes Generaciones en la Macarena.

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