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Pedro Díaz, pionero en cruzar el Pacífico navegando hacia el Este

Cuando a primera hora de la mañana del lunes 10 de agosto de 1519, la armada de Fernando de Magallanes se despide del pueblo hispalense, 49 grumetes forman parte de las tripulaciones de las naves «Trinidad», «Concepción», «San Antonio», «Victoria» y «Santiago». Son un grupo de muchachos, a los que se les llamaba a bordo «mozos», que no podían tener menos de dieciséis años, pero que tampoco podían superar los veinte.

Para ocupar plaza de grumete estaban obligados a justificar que contaban en su haber con una experiencia en la mar de al menos tres años. El trato que estos jóvenes recibían abordo no estaba exento de dificultades y en muchas ocasiones de chanzas y malos tratos: Nos dice Escalante de Mendoza que además de tener que ayudar en las faenas ordinarias a los marineros, estaban obligados a servir bien al capitán, maestre y piloto.

Ordinariamente se convertían en dianas de pesadas burlas, y además tenían que sobrellevar las iras de los siempre sufridos marineros, que aliviaban sus faenas más duras y menos deseables del día a día en la figura de aquellos muchachos: a ellos les encomendaban, entre otras labores, embrear cabos, limpiar las sentinas y acarrear leña.

Pues bien, nuestro mozo onubense inicia su aventura enrolado en la nao «Santiago», la más pequeña de las cinco naves que conforman la armada. En un barco de apenas 75 toneles de porte, y unos 18 metros de eslora, se decide salir a la mar para navegar por aguas hasta entonces jamás surcada por hombre alguno, compartiendo espacio con 32 compañeros en un habitáculo estrecho y corto y en un buco en el que según García de Palacio, 1517, la vida del hombre de mar estaba separada por escasos «tres o cuatro dedos de la muerte, que es el grueso de la tabla de un navío».

Tras hacer escala en las islas Canarias, serpentear a lo largo del litoral brasileño, entrar en Río de la Plata e invernar en el San Julián argentino, esa débil barrera que le mantiene a salvo se quiebra; su nao, cuando se hallaba en el puerto de Santa Cruz, a consecuencia de una fuerte borrasca es arrastrada hacia una restinga para romper el timón. Ya sin gobierno, cae sobre la costa donde se quiebran las maderas que le mantenían vivos. El barco se pierde, pero sus tripulantes, salvo uno de ellos, salvan sus vidas llegando a nado a tierra.

Separados del resto de la armadilla, los náufragos improvisan un campamento en tierra donde permanecen durante dos meses a la espera de la llegada de Magallanes.

Pedro Díaz es reembarcado en la nao «Victoria»: cruzan el estrecho de Magallanes, padecen hambre y sed extremas durante los cien días que les llevan atravesar el océano Pacífico, recalan en las islas Marshall y en las Marianas, alcanzan el gran archipiélago de la Filipinas, y por fin, tras «veintisiete meses menos dos días», dan fondo en las islas Molucas, lugar mítico en la Europa moderna por ser el mayor centro productor de especies de aquella época.

Cargan sus bodegas de clavo, pero cuando están decididos a iniciar el retorno a España, a una de las dos naos que han conseguido alcanzar tan preciada meta se le abre una enorme vía de agua. Sus dos capitanes, Elcano y Gómez de Espinosa, deciden separar sus destinos: el primero de ellos al mando de la «Victoria» se propone dirigirse hacia Sevilla navegando hacia poniente; Espinosa decide reparar su barco, la «Trinidad», para intentar alcanzar puerto español en el continente americano arrumbando hacia occidente.

Pedro Díaz es uno de los hombres que queda en Tidore como tripulante de la «Trinidad». Después de cuatro meses y dieciséis días de duro faenar, la nao ya reparada inicia su nueva etapa, etapa que se convierte en una pesadilla. El destino no deja de tratarlos con dureza, hasta tal punto que baten un triste record: durante los meses de septiembre y octubre, padecen tanta hambre y sufren tal grado de agotamiento sus tripulantes, que fallecen por una causa u otra 28 hombres, esto significa que se producía ¡un muerto cada dos días! Pedro Díaz es uno de los que expiran, eso sucedió el 18 de septiembre de 1522.

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