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La Liga bajo llave

ENVUELTO en su carrusel de intereses millonarios y secuestrado por los lobbys mediáticos a través de la televisión de pago, el fútbol está dejando de ser el moderno opio anestésico del pueblo para convertirse, si acaso, en la cocaína de la burguesía. Al pueblo propiamente dicho, asfixiado por la recesión y el mileurismo, le han subido en el peor momento los abonos del estadio y le han codificado las retransmisiones de los grandes equipos en un laberinto de pactos y derechos que condena a la gente común a conformarse con los partidos de la morralla. Le queda el recurso de ir a los bares y fomentar el mortecino consumo de la hostelería, pero pronto aparecerán también por allí los recaudadores a recoger gabelas y gravámenes. Bien es cierto que estábamos mal acostumbrados a una gratuidad insostenible y que los ronaldos y los ibrahimovics no se pueden pagar sin la alcabala de la tele, pero al menos cabía esperar que la confiscación se produjese con un cierto orden y unas reglas claras, y no mediante un apresurado reparto de arrebatacapas entre el poder y sus amigos, que es como siempre acaban en España los llamados asuntos de interés público. Que en este caso son también del interés del público.

Cuando Aznar hizo una ley que obligaba a televisar partidos gratis se le acusó, no sin razón, de querer nacionalizar el fútbol mientras privatizaba los transportes y la energía, pero este sedicente Gobierno de izquierdas ha emprendido justo el camino inverso. Aquel fue un gesto demagógico y éste un regalo favoritista. Tanto en un caso como en otro el espectáculo deportivo constituía tan sólo el pretexto de una lucha por el control de los grandes medios en la que los grupos pugnaban por sus ganancias y el poder por la benevolencia de trato editorial. Unos y otros saben que con el fútbol se capta la audiencia a la que luego se adoctrina en los telediarios y a los gobiernos sólo les interesan los goles en la medida en que también los puedan meter los ministros. Tienen tanto interés en que les doren la píldora que ignoran adrede la evidencia de que la mayoría de la gente cambia de canal cuando los jugadores bajan al vestuario. Y regulan los derechos de la Liga con un interés y una urgencia que ya quisiéramos verles aplicar en los problemas cenitales del Estado.

Esta temporada que ha arrancado con el cebo sugestivo de las grandes estrellas recién contratadas escondía el anzuelo de las emisiones de pago. Durante todo un verano nos han mostrado a los rutilantes héroes mercenarios para después encerrarlos en una caja fuerte encriptada. Y los asientos de los campos son más caros que una butaca del Covent Garden. Es de esperar que si todo eso no alcanza para costear los sueldos caprichosos de estos astros displicentes ni los beneficios de sus falsos mecenas audiovisuales, por lo menos no vayan luego a nacionalizarnos las pérdidas.

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