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Don Miguel Mañara y el espíritu sevillano

Entre el mito, la leyenda y una sólida base histórica guardada en los múltiples Archivos sevillanos, se mueve uno de los personajes más representativos del alma de esta ciudad. El venerable Miguel Mañara, del que Roma espera un milagro para elevarlo a los altares, ha conseguido el de la continuidad secular del Hospital de la Santa Caridad. Encarnación viva de la época barroca en la que vivió y que tanta huella ha dejado en nuestra ciudad, representa el arquetipo de una Sevilla a la que las Indias convirtió en una ciudad rica y pobre, cosmopolita y retrasada, aristocrática y universal. Su personalidad es bien conocida por la contundente obra del P. Granero, uno de los primeros en ahondar en los documentos familiares guardados en el Archivo de la Caridad y, más recientemente, por el magnífico trabajo de Olivier Piveteau que, en dos bellos volúmenes editados por la ya antigua Fundación El Monte, nos ha presentado el personaje histórico, legendario y literario con toda minuciosidad. Don Miguel Mañara, fue un producto de su época y su entorno familiar. Hijo de un riquísimo mercader con Indias, aventurero, sagaz y de una fuerte personalidad; miembro de una familia numerosa que se fue extinguiendo por la altísima mortalidad infantil y juvenil; pariente de la aristocrática familia de los Vicentelos, que convirtieron en títulos su compra de las villas de Cantillana y Brenes; Caballero de Calatrava desde su niñez gracias a las generosas dádivas del padre; Alcalde de la Hermandad en el Cabildo sevillano y viviendo en una hermosa casa del barrio de San Bartolomé, rodeado de criados y amigos, la vida de don Miguel transcurriría placentera, —aunque no alocada como se ha querido presentar—, hasta que le llegó el amor por una aristócrata granadina con la que formó una familia que se desvaneció por la muerte prematura de esta. Según la leyenda, esta desgracia lo sumió en una melancolía que lo llevó a «una mudanza de vida», se convirtió de sus pasados errores y se dedicó a cuidar a los pobres de la Congregación de la Santa Caridad. La historia nos presenta otro personaje menos romántico y más real. Debió ser un joven bien instruido como denota su afición por la poesía y por el arte y, según afirma el poeta y erudito sevillano, Miguel Romero Martínez, basándose en un raro ejemplar de su biblioteca anotado por el propio don Miguel, fue también bibliófilo, humanista, y con buenos conocimientos de latín, italiano y francés. Pero lo que no admite duda, aunque no alcanzara nunca estudios superiores como correspondía a su posición de Mayorazgo de la familia, es que recibió una educación esmerada y con amplios conocimientos, como demostró en todas las facetas de su vida. No me voy a detener en su obra escrita bien conocida, pero si me parece interesante destacar otra ignorada en la que se nos muestra como un hombre versado en los negocios y con un acreditado prestigio en las instituciones de las que era miembro, como lo prueban las importantes comisiones a la Corte que le encomendaron tanto el Ayuntamiento como el Consulado de Cargadores a Indias, así como la gestión realizada en la propia Caridad administrando directamente algunos cuantiosos legados y las rentas de la institución. Estamos, pues, ante una figura personalmente sólida y formada, con inquietudes de todo tipo, que en su madurez va derivando hacia un terreno espiritual que lo convirtieron en protector de pobres y desvalidos y lo encumbraron al terreno de la ascética y la mística de tal forma que todas sus otras cualidades han sido borradas por estas últimas.

Mañara y su obra encarnan, en toda su grandeza, lo que ha sido siempre el espíritu de Sevilla del que él forma parte y que lo ha mantenido en el tiempo. Entre los muros de la Caridad, como se conoce en nuestra ciudad el conjunto monumental, artístico y social que creó don Miguel, esta recogida parte de la Historia de Sevilla: de la historia más conocida y de la historia más secreta. La atracción que su personalidad ejerció sobre la aristocracia y las clases más elevadas de una Sevilla todavía opulenta, y la misión que llevó a cabo a favor de los más desvalidos lo convierten en el prototipo de hombre solidario y responsable tan difícil de encontrar en la sociedad materialista en la que estamos inmersos.

En un momento en el que la religión católica, los aristócratas y los ricos, están siendo denostados hasta límites que no se puede predecir, probablemente porque algunos de ellos —no todos, de ninguna manera— se alinearon con Dictadura que padecimos durante muchos años, es bueno volver la vista atrás y ver como no todo ha sido siempre así. Es necesario que Sevilla eleve su hoy dormido espíritu y que estos tres estamentos que, a pesar de lo que nos quieren demostrar aún tienen el poder de ejercer su solidaridad y autoridad como en otros tiempos, tomen la figura de Mañara, no como mito —ya está bien de mitos— sino como ejemplo de lucha y liderazgo.

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