«Mi obra es para quien no tiene prisa y aprecia los detalles»

La inmersión de un elemento externo, un soplo de aire, en la pintura de trazo sencillo altera las líneas a lápiz, los óleos y hasta la primera escultura de esta pintora enredada en el «Viento del Oeste». Sus últimos trabajos se exponen en la galería Weber-Lutgen. Al cruzar el umbral de entrada de la galería Weber-Lutgen se aprecia la sensación. Las piezas se han visto afectadas por él y avanzar entre ellas lo confirma: «Badajoz es una de las ciudades más al oeste de España. Sus puestas de Sol son las últimas del país. Creé esta colección como si el viento del Oeste tuviera la capacidad de meterse en el dibujo y tumbar las líneas», explica Lourdes Murillo (Badajoz, 1964). La exposición «Viento del Oeste» seduce desde la sencillez. Su autora elige esta temporada volver a Sevilla, donde se licenció en Bellas Artes y vivió ocho años. Recuerda sus años de estudiante, sus primeras exhibiciones en bares de la capital andaluza. Con el tiempo, ubicó su centro de operaciones en su Badajoz natal y vuelve ahora con una pequeña colección de lienzos al óleo, dibujos en papel y una novedad en su currículum: una escultura. Es lo primero que el asistente encontrará al entrar en el número 9b de la calle Fray Diego de Cádiz. Una pieza de hierro pintado de blanco apoyada en una madera, un día, vía de tren y que ahora titula la muestra.

Se siente «pintora, no artista porque es una palabra demasiado amplia, que abarca también al que canta y aquí, hasta a los albañiles», comenta divertida entre risas. Admite su pasión por el propio disfrute sensorial, más allá de la creación pues Murillo disfruta de la pintura con todos los sentidos: «Me gusta la pintura en sí, su olor; trabajo con óleo porque me gusta la sensualidad del aceite, su tacto en las manos». Esta pasión que siente hacia la pintura alcanza a formatos más allá de las dos dimensiones de un papel o un lienzo: «Tengo una concepción plana del espacio. Creo a ras de una pared o de suelo, pero siempre en dos dimensiones». A la escultura que incluye en «Viento del Oeste" le han arrebatado volúmen y emana delicadeza: «Aparentemente tiene escasa estabilidad porque tiene pocos puntos de apoyo a su soporte. Esto la muestra delicada, como si fuera a desmontarse». La fragilidad de la joya, esa sensación que tanto la atrapa y que mantiene durante la exposición al incluir su color, el rojo cadmio, una fusión de rojo y naranja difícil de encontrar hasta en la propia naturaleza. Ya en su anterior exposición, «El marabú herido», el rojo cadmio era la pincelada que rompía, que completaba e incluso daba sentido a la composición. Ahora, vuelve a cobrar protagonismo en piezas pintadas con los dedos, «para crear surcos como al arar o con la mano abierta». Su estabilidad y escasez natural, así como las sensaciones que le trasmite, convierte al rojo cadmio en toda una esquisitez para Lourdes Murillo. Junto a él, piezas donde también imperan el dorado o el plateado. Con ellos, juega a la doble capa, creando reflejos en sus cuadros que sólo se aprecian según se sitúe el observador ante la pieza: «Entre las líneas del dibujo en papel, con paciencia, se observan líneas muy pequeñas plateadas que, si te fijas, descubrirás que se unen; Soy consciente de que, en un mundo con mucha prisa, lo que yo hago es para los que no la tienen porque hay más matices y detalles de los que parece a primera vista».

«Lontananza» y «Viento del Oeste» son títulos que Murillo ha elegido para sus obras: «Hay palabras que me agradan ya sólo por como suenan; con lontanza ocurre que tiene cuerpo propio; hasta la forma de decirla te transmite lejanía, como su significado».