Hazte premium Hazte premium

Muñoz Rojas

Tendría que llover seguido, lento, sin que la lluvia reparara en aguas; que por los cerros las escorrentías reptaran como sierpes de aguacero y llegaran al río, presurosas, a devolver lo que el vapor sustrajo. Tendría que llover hasta quedarse preñada de trillizos esta vega. Que el Dios de octubre, campesino y fuerte, zamarreara nubes en el cielo hasta que el agua barbeara lindes, hasta que rebosaran los tinteros donde la Mano escribe la otoñada. Tendría que llover, porque la savia del olivo no puede darle teta a tanta niña verde como acude a sus pezones interiores. Vienen de cuando en cuando, de la mar, las nubes, estampan el celeste, ensayan lluvia aprovechando el viento de poniente, pero al final, amagos, cuatro gotas que ni medio bautizan la sequía. Quema el sol de las cinco, recordando lo que fue por agosto, por septiembre, cuando el racimo verde se escondía para que no se le incendiara el vino. Refresca por la noche, pero apenas. Y amanece la tierra sin blandura.

El pan de oro pinta por las viñas hojas de cobre que le dan al campo copia de manto de una Dolorosa. La perdiz traza corto, como siempre, el vuelo bajo, urgente de su huida; y necesita el agua, no desea romper los huevos y mermar el nido. Sedientos los barbechos, ¿qué semilla no le teme a la siembra que se aguarda, si el jugo no la espera en el cuaderno de la besana escrita de terrones? El olivo sacude su cabeza como llamando lluvias frente al viento. Tendría que llover como llovía, como sigue lloviendo en la memoria de los otoños largos que dejaban alagados los llanos de la raspa. Tendría que llover, porque a la tierra, a la tierra que amó con desmesura, a la tierra que fue forjando estilo en su mano de verso y prosa firmes; la tierra que pisó cuando el rastrojo le crujía en la planta de sus botas, aquel duro rastrojo que le hería el garrón al caballo cuando iba tan señor y poeta por el campo, señor de luces interiores, solo, recolectando luces por el día; a esa tierra que le prestó el silencio a su palabra escrita, que tenía tanta música dentro, recogida, ha llegado el poeta a darlo todo. «Sólo eso: pisar, sentir la tierra…» Sin grandes ambiciones de recreo: «…que tu perro te busque la caricia / y el belfo de tu potro el verde tierno». Y si pido que llueva no es capricho, es que a esa buena tierra ya se ha echado la semilla de un siglo de palabras. Y habrá de florecerle a Dios un día…

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación