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Mejor que no se reúnan más

En víspera del partido de Castellón se reunieron para analizar la problemática del equipo bético Manuel Ruiz de Lopera, Manuel Momparlet, Pepe León y Antonio Tapia. El club, a través de sus altavoces habituales, corrió a «tranquilizar» a la afición afirmando que aquella había sido una reunión «rutinaria», pero el personal se puso de los nervios a la vista de quienes se juntaban, que son los que llevaron al Betis a Segunda y el que no parece tener muy claro cómo subirlo a Primera.

No trascendió de qué se habló, pero debió de ser bastante más de lo que lo hicieron los jugadores sobre el césped en Castellón, incluido un Emana al que el destino, tan caprichoso, puso de vuelta en la alineación para que remachara el único gol del partido. Véngase usted desde Camerún para eso. Porque quien debía hacer de García moreno, ¡ay, Sergio!, sólo destacó en ese lance.

Tras la deprimente actuación ante el colista, quien hasta ahora no había ganado ni en los entrenamientos, las dudas se han multiplicado y en lo que en otro sitio, con otras personas, demandaría cabeza fría y decisiones firmes, aquí aterroriza. Que sean los de siempre los que piensen sólo puede augurar un desastre mayor. La próxima vez, si se reúnen, mejor que jueguen al póker. Si buscan dobles parejas siempre pueden llamar a la jueza Mercedes Alaya y a Hugo Galera, que el otro día hablaron durante cinco horas del 92. Con lo que le gusta a Lopera el 92.

GESTO EN BRONCE. En el mundo del fútbol convergen muchas formas de entender la historia de los clubes. Hay quienes pretenden arrasar el pasado para que todo gire alrededor del presente, su presente, y del futuro, su futuro. Otros sin embargo buscan la grandeza del hoy en los cimientos del ayer y lejos de echarle a éste un manto de olvido le rinden el tributo del agradecimiento así hayan pasado varias décadas.

José María del Nido, con ocasión del 104 aniversario de la fundación del club, descubrió la pasada semana un busto de Ramón Sánchez-Pizjuán, que para los vivieron en su tiempo es considerado el mejor presidente de la historia del Sevilla. El actual, que ha hecho ya tantos méritos como aquel para ser considerado como tal, no sólo no lo discute sino que se proclama leal a quien es ya leyenda de la entidad. Es lo que tiene no creerse el dueño de nada, no serlo y respetar al club que se dice querer. El bronce hay que ganárselo, no encargarlo.

ESCÁNDALO. Los árbitros de la Premier League pasan por ser los mejor preparados de Europa. No interrumpen el juego continuamente, permiten el juego duro y sancionan el violento y no se dejan engañar por el teatro de los jugadores. Pero Mick Jones, colegiado del Sunderland-Liverpool, debe de ser primo de Iturralde y el sábado se cubrió de gloria. Atacaba el Sunderland y un niño, desde la grada, dio un puñetazo a un balón de esos de Nivea y lo mandó al área chica de Reina, que eso es un saque y no los de Federer. Coincidió la cosa con que un jugador del Sunderland disparó a puerta y el balón del partido dio en el playero. Reina, que no es precisamente Casillas, aunque sobre los escenarios lo hace mejor que Chiquito de la Calzada, se fue detrás de la pelota de playa en vez del cuero, como si lo importante fuese evitar que el balonazo molestara al gordo pulgoso de la sombrilla de al lado y no el gol rival. El asunto estaba claro según la FIFA: el partido debió detenerse y decretar luego bote neutral, pues en el campo no puede haber ningún elemento ajeno al juego que influya en el desarrollo del mismo —a excepción del elemento arbitral de turno, claro—. El trencilla inglés, que ni se sabía el reglamento ni se fabricó uno a medida como hace Mejuto, que suena para hacer un posgrado de la tercera edad arbitral en la Premier, concedió el tanto. Y sus tres asistentes, ni pío.

«10» EN GROSERÍA. Dios le cedió una mano para que pudiera marcarle a Inglaterra el gol de tunante más grande que vieron los tiempos, pero a cambio lo dotó de un cerebro de mosquito que le sobró para ganarse la vida con las piernas pero no para conducirse por la vida. La semana pasada, Diego Armando Maradona celebró la clasificación para el Mundial espetándole a los periodistas un «ahora que la chupen y la sigan chupando». Al día siguiente, el turno del juego floral le tocó a la prensa argentina, y el diario deportivo de referencia allá, Olé, titulaba, con foto del astro y Bilardo abrazados y llorando, con un expresivo «quien no llora no mama». Aquello despertó el complejo de Edipo del otrora «10», ahora de la Rue del Percebe, y para «arreglar» la cosa empezó a pedir perdón «a las damas, a mi madre, a las señoras argentinas...». En ese momento eché en falta, mire usted, la lírica de Joaquín Caparrós, cuando para exaltar alguna gesta de un pupilo se transforma en el Gerardo Diego del fútbol español y, en trance, crea versos inigualables que riman con Gamazo (consultar el callejero).

ADIÓS. Lo recordarán por el «ratatataaaaaaaa», el «tiki-taka» y cuatro tonterías como esas, pero Andrés Montes fue un grandísimo periodista capaz de convertir la NBA en un deporte de culto en España. La vida puede ser maravillosa, como le gustaba decir a él. Y muy cabrona, mucho.

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