Rodri, una nueva seña de identidad para el escudo de las trece barras

Esa entrevista que publicabas ayer en la página 84, Mateo González, recórtala y la pegas en el álbum del interés fijo a diez años; mejor aún, plastifícala, como decían que hacía Paco Buyo con la mensualidad para no tener que pagar las convidás, y así evitas que se difuminen el azul y el amarillo porque el original tiene que conservar para siempre el espíritu en verde del entrevistado. De Rodrigo Suárez Peña, natural de Utrera, mire usted, aquí un bético, un tipo encantado de defender el escudo no en la barra del bar sino en el tajo mientras le pegan patadas.

Algunos lo comparan con el mala cabeza de Gabino, hoy pastor de ovejas descarriadas a los que les advierte de lo rápido que se pasa de la riqueza a la miseria, del abrazo al «hasta luego Lucas», de la portada del periódico al anonimato absoluto; pero yo no veo en él a Gabino más que por pisar el trozo de césped que hoyaba el de Las Letanías, sino que su nombre se me asocia a Cañitas, a Merino, al mismísimo Capi, a esa soldadesca verdiblanca que lo mismo hacía y hace de zapadores, de intendentes, de artilleros o de cava trincheras. La gente de la casa que nace, crece y muere profesionalmente —las prórrogas en otros equipos son sólo alivios de mediopensionistas—, al servicio de las trece barras.

Me da que Rodri, 23 años, ni tan niño para que lo llamemos prodigio ni tan mayor para irle preparando la etiqueta de veterano, va a ser de esos tipos que evitan que sus clubes pierdan las señas de identidad por muchos oliveiras, markgonzales o emanas sin gripe A ni estacionales que pueblan los vestuarios. El chico tiene fútbol, y gol, y cuando besa el escudo se ve que lo hace como si se lo estampara a su hijo. Ojalá el destino sea justo con él y le reserve no un sitio entre los mejores, que eso no tiene demasiado mérito, sino en la memoria para siempre del beticismo.