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Antonio Muñoz Molina en Sevilla

Esta noche Antonio Muñoz Molina será el protagonista del Aula de Cultura de ABC de Sevilla, porque presentará su nuevo libro «La noche de los tiempos» (Seix Barral). Y como la novela es tan compleja y extraordinaria, me puedo permitir el lujo de compartir algunas de las reflexiones que no podré desarrollar durante el acto de presentación, porque los cientos de lectores que acudirán al hotel Alfonso XIII desearán escuchar a placer a nuestro invitado.

En primer lugar, Muñoz Molina no se ha subido al nuevo tren comercial de las novelas sobre la guerra civil, porque aquel viaje ya lo realizó con «Beatus Ille» (1986) y «El jinete polaco» (1991), dos novelas memorables que tuvieron como telón de fondo las miserias del fratricidio. En realidad, siempre hemos podido leer excelentes novelas sobre la guerra civil, como las de Max Aub, Ramón Sender o Ana María Matute. La novedad editorial de nuestro tiempo, más bien, consiste en la reducción de ambos bandos en vulgares estereotipos de cartón piedra, donde unos son malos malísimos y otros buenos buenísimos. La banalización es tan grosera, que los republicanos en general y los brigadistas en particular, parecen caballeros templarios en busca de griales laicos o —peor todavía— vampiros de diseño de algún crepúsculo revolucionario.

En virtud de lo anterior, el protagonista de «La noche de los tiempos» no es ningún santo laico guardián de las esencias republicanas. En honor a la verdad, con las honrosas excepciones de Manuel Azaña, Juan Negrín y José Moreno Villa —personajes históricos y por lo tanto elegidos de forma deliberada— casi no existen en toda la novela modelos cívicos de sensatez, decencia y rectitud. Así, a través de los ojos del arquitecto Ignacio Abel contemplamos la frivolidad de Alberti, la necedad de Bergamín y el sectarismo de todos, mientras nuestra mirada va registrando las huidas, mentiras, cobardías y vilezas del propio Ignacio Abel: un arquitecto notable, sin duda buen socialista, quizás correcto amante, por desgracia mal padre y definitivamente peor marido.

Muñoz Molina no es condescendiente con los errores que le conciernen, porque sabe que la vergüenza propia es más íntima y devastadora que la vergüenza ajena. Así, contra los que miran extasiados esa arcadia republicana que sólo existe en las novelas comerciales y las películas subvencionadas, Antonio Muñoz Molina —como Rafael Chirbes o José María Merino— pone el dedo sobre unas llagas que nadie quiere ver o reconocer. Por eso me ha deprimido tropezarme con entrevistas donde le advierten a Muñoz Molina que «no lo van a perdonar» o que va a «recibir leña desde la izquierda». ¿Desde cuándo negar la realidad es progresista? Quienes así razonan, olvidan que Muñoz Molina ya fue así de lapidario en 1995: «En catorce años de gobierno autónomo, de primacía de la izquierda, los dos vicios capitales del señoritismo han sido prácticamente lo único que se ha socializado en Andalucía: el fanatismo folklórico-religioso y el desdén por el trabajo» («La huerta del Edén», p. 150).

Para ser sincero, «La noche de los tiempos» no es una novela sobre la guerra civil. Por fortuna es mucho más que eso, ya que esa fastuosa recreación del pasado también consiente una lectura en clave contemporánea, como si aquel tiempo feroz fuera una parábola del presente o el pasado que somos todavía.

«La noche de los tiempos» es una novela magistral e imprescindible por lo que tiene de exorcismo y debelación, porque parece escrita con la ira de la conciencia y el dolor de una expiación.

www.fernandoiwasaki.com

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