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Sobrinos, padres, hijos, abuelos

Sobrinos, padres, hijos, abuelos

Aprovéchense, antes de que se acabe. Hace poco advertíamos en una encuesta que hacía este periódico sobre la importancia de la continuidad del proyecto sinfónico, y también dijimos que el Teatro iría detrás, y poco ha tardado en cumplirse el previsible vaticinio. Los megalómanos —que no melómanos— proyectos municipales, sin terminar o desgraciadamente concluidos, han generado un endeudamiento insostenible, y el zarpazo desesperado no ha dudado en recaer sobre la Cultura —con mayúsculas— de nuestra ciudad y de nuestra comunidad (¡cuánta gente viene al Maestranza desde fuera!). Ya en la encuesta poníamos en duda si Montaño conocería el Teatro más allá de la sala de prensa, y el alcalde probablemente ni la recuerde. Así que tienen poco que añorar con la pérdida. Pero miren por dónde el anuncio del recorte inmisericorde y ciego coincide con un espectáculo popular donde los haya, que ha vendido casi todo el papel durante cinco días, y que ha permitido que una misma música sea compartida por familias enteras (abuelos, padres e hijos… y sobrinos), propiciando más de tres horas de carcajadas y de una música que se mantiene lozana y fresca, así como el texto, sugerente, ingenioso, hilarante, cuando no exquisito y siempre ocurrente. El tándem Roa-ROSS funcionó con precisión incuestionable, remozando la música de Fernández Caballero como lo ha hecho otras veces, coloreando con ella la divertida historia, la delirante parodia —tan en uso en la época— de la obra casi homónima de Julio Verne.

Es difícil decidir si prima más el texto o la música, o si acaso ambas no pueden pasar una sin la otra, lo que explicaría la ausencia de grandes voces o el protagonismo de Millán Salcedo, que continúa la tradición de los actores-cantantes, haciéndolo francamente afinado (algunos números lo pusieron a prueba), mientras su comicidad estaba francamente controlada, dando vida a un Mochila, Petate, Macuto, o como se llamase, con una «seriedad» pasmosa. Milagros Martín y Aurora Frías pusieron la parte más vocal, mientras Fernando Conde se enfundaba en el despistado sabio, junto a todos sus compañeros.Magnífica una producción que siguió, escenario a escenario, las innumerables peripecias de la farsa, con especial acierto en ese fondo del mar con el que termina la obra.

Hemos citado en la ficha a cuantos han sido responsables materiales de la misma, pero hemos de elevar a los altares a Paco Mir, cuya imaginación, habilidad en el movimiento escénico para manejar con extraordinaria fluidez a tanta gente, con esos «tics» Tricicle tan divertidos (esos peces, esa llama, esos silencios…) se corresponde con el acierto de Roa y la chispa de Fernández Caballero. Tres horas y cuarto, un solo descanso, y había que mirar el reloj al final para creer lo rápido que había pasado todo. ¿Y todo esto lo vamos a perder? No, se hará un recorte feroz, pero manteniendo la calidad. No es una frase de la comedia, sino declaraciones municipales, que casi es lo mismo. Pero sin gracia.

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