Publicado Sábado , 23-01-10 a las 02 : 27
Entre el entusiasmo y la cautela, el tratamiento quirúrgico de los males de la mente empieza a hacerse un hueco en las consultas de psiquiatría. Lo hace poco a poco, mientras intenta despojarse de la mala fama de otras operaciones que intentaban corregir con el bisturí problemas psiquiátricos, como la fallida lobotomía. Esta intervención pasó de ser un gran avance en los años 50 para convertirse en la cirugía que dejó a cientos de pacientes con daños irreversibles. Algunos de ellos tan famosos en aquellos momentos como Rose, una de las hermanas del presidente Kennedy.
Las modernas técnicas de neuroimagen y los avances quirúrgicos han reactivado la cirugía, sobre todo para los casos más graves de depresión y de trastorno obsesivo compulsivo (TOC), como el que sufría Jack Nicholson en la película «Mejor imposible».
En Europa y Estados Unidos se aplica con cuentagotas en casos muy estudiados, cuando otros tratamientos han fallado. Además de depresión y TOC también han pasado por el quirófano algunos casos de esquizofrenia, ansiedad o síndrome de Tourette, un desorden neurológico que produce un tic incontrolable. Los resultados aún tienen luces y sombras. En algunos pacientes, la mejoría es tan importante, que se sienten como si les hubiera cambiado la vida. En otros, la cirugía no funciona y el enfermo debe sortear los riesgos de la intervención.
La técnica más utilizada es similar a la que se sigue en el párkinson. Se llama estimulación cerebral profunda y su principal ventaja es que es reversible. El neurocirujano no realiza ninguna lesión en el cerebro. En su lugar, se implanta un dispositivo, similar a un marcapasos cardiaco que lanza impulsos eléctricos en determinadas zonas del cerebro. Los pacientes reciben una lluvia de electricidad en las neuronas. En función, del tipo de trastorno, la estimulación eléctrica se dirige a una zona u otra del cerebro.
«La enfermedad no se cura, pero los pacientes logran una gran mejoría y lo mejor es que es un camino con retorno. Si no funciona, la operación es reversible», asegura Rafael García Sola, jefe del servicio de Neurocirugía del Hospital La Princesa de Madrid, uno de los centros donde se está apostando por la psicocirugía moderna, en colaboración con los psiquiatras. «La clave del éxito está en la cautela y en elegir bien al paciente candidato. Nosotros llevamos tres años aplicando la técnica y sólo hemos operado a nueve pacientes».

Entre un 70 y un 80% de mejoría
En este hospital se ha tratado a personas con depresión muy severa, con TOC y a un chico de 17 años con oligofrenia al que tenían que atar a la cama cuando tenía crisis muy graves de agresividad. «Ahora ha cambiado las ataduras por paseos con sus padres los fines de semana. No sé si este tipo de intervenciones puede cambiar la vida a alguien pero, al menos, les ayuda mucho».
La mejoría la valoran más los familiares. Un paciente con una obsesión compulsiva, que no puede salir de casa sin hacer rituales interminables de limpieza o que no sale de casa para no contaminarse, quizá nunca abandone por completo su obsesión pero realizará una vida más normalizada. «Los familiares son los que más notan y valoran el efecto de la cirugía. El paciente es más difícil que diga que le ha cambiado la vida porque a él lo que le gustaría es sentirse completamente curado», señala García Sola.
Los resultados, en pacientes bien seleccionados, son similares en personas con depresión severa y con TOC. Las evaluaciones más recientes aseguran que se logra entre un 70 y un 80 por ciento de mejoría. Los enfermos mejoran su calidad de vida y necesitan menos medicación.
Los resultados podrían mejorar si se consigue estimular varios puntos del cerebro a la vez. «Los trastornos psicóticos no se originane en un foco concreto del cerebro. Hay una red implicada. El futuro será que los enfermos tengan estimulación celebral en varios sitios de esa red».

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