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La otra Semana Santa

No se asusten ustedes que no les estoy hablando de la Semana Santa por lo civil (tranquilo maestro que ya estoy calladita, no vayamos a dar ideas) ni de esa otra en sesión continua, veinticuatro horas a su servicio, salpicada de salidas extraordinarias. Yo les hablo de la que se te cuela por debajo de la piel y te araña donde más te duele y donde más la gozamos. La que no entiende de carreras oficiales, de tertulias cofrades de alto copete y baja copita, de articulistas sublimes o aficionados, de pregones inolvidables o previamente criticados, de elecciones con guardas de seguridad en la puerta, o de conflictos entre hermanos con la misma medalla al cuello. Una Semana Santa que en su remite tiene un código postal lejano donde no se percibe el abrazo de la porfía entre el incienso y el azahar.

¿Que cuál es? Pero si la están viendo todos los días. La de una madre que reza para que su hijo no se rompa la espalda al caerse de la moto. Miren sus manos enrojecidas por la lejía y el estropajo, mírenlas bien y no me digan que no son las manos de la Virgen de la Estrella. ¿A que ya les suena esta Semana Santa? Pues vayan y búsquenla también cuando la tarde se retira por la frontera de las Tres Mil Viviendas, donde Sevilla se tiñe de marginalidad y desamparo. La encontrarán en esos gorrillas, que caminan con la zancada larga del Señor de San Lorenzo a buscar el veneno blanco que les dibujará la mirada perdida del Cachorro. Quizás esté más cerca y en su misma calle puedan reconocer la figura elegante del Señor de Pasión en ese anciano que pasea despacio, el gesto dulce y la Amargura de la Soledad en los labios, hacia su residencia. Y que por la noche, medio desnudo en brazos de un sanitario, viaja camino del hospital entre las sirenas de los bomberos. No me nieguen que no vieron en esas estremecedoras fotos a la Piedad del Baratillo.

Y es esta Semana Santa tan real que hasta yo misma la encuentro hoy en mi coche donde Bob Dylan me susurra «Te seguí bajo las estrellas, acosado por tu recuerdo y por tu violenta gloria» y puedo ver al Señor de la Sentencia navegar hacia mí entre su mar de plumas blancas. Pero esto puede que sea por mi corazón de Cleopatra o porque ya estamos preparados para que llegue el Bello Simulacro.

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