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Los imprescindibles

En sus estupendas memorias, Miguel García-Posada evoca, a pesar de su incomprensión pero con amor y admiración, a su padre, un «médico-cofradiero», como lo califica directamente. Lo recuerda como alguien que dedicaba el tiempo que le quedaba libre, en la Sevilla de los años cuarenta y cincuenta, «a sus tertulias, a su hermandad de penitencia, a su "capillismo", y a escribir libros y artículos relacionados con este asunto».

No es difícil descubrir en el recuerdo paterno de García-Posada la imagen repetida, imagen antes siempre masculina, de tantos y tantos sevillanos que han convertido a la hermandad en uno de los lugares fundamentales de su existencia. En el destino al que encaminar sus pasos tantas y tantas noches. Son los imprescindibles. Y las hermandades, a pesar de lo que muchos piensen y crean, son difícilmente concebibles sin ellos. Son quienes aseguran, con su vida cofrade exagerada, en la unión íntima a la devoción a las imágenes y a los hermanos, la tradición y la supervivencia de las hermandades. Más que le pese a muchos.

Los imprescindibles son aquellos que han convertido a las hermandades en una prolongación de su familia, a pesar de ésta y a costa de ésta tantas veces. Son esos que si existiese el «liberado cofrade», como existe el liberado sindical, ocuparían gustosos esta condición. Son fácilmente identificables porque siempre están ahí y parece que siempre han estado ahí. En cada hermandad son rostros reconocibles y familiares, especialmente para esos hermanos, benditos capiroteros, que la visitan un par de veces al año. Les sirven de referencia. Son la seguridad y la continuidad de que la hermandad con su presencia sobrevive.

En esta época confusa que viven nuestras hermandades puede reconocerse todavía a estos imprescindibles. Suelen ser cofrades veteranos, ahora muchas veces con la mirada atónita; en ocasiones hasta asustada. Seguramente sin saberlo padecen el que vivamos tiempos, como los que describía Descombes, donde coexisten «lo mismo», lo de siempre, y «lo otro», lo que ha venido. Muchos sienten desvanecerse inevitablemente, a su hermandad, a las hermandades y a la Semana Santa, en una modernidad en la que les resulta cada vez más difícil reconocerse.

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