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Un avemaría en la mezquita

«De haberse atendido nuestras peticiones respetuosas para el uso compartido ecuménico del templo, se hubieran evitado incidentes como los que se produjeron el miércoles». Mansur Escudero, presidente de la Junta Islámica, ha dado en el blanco. Inciso políticamente correcto: ¿habrá que incluir esta expresión en el índice de frases prohibidas por sus connotaciones racistas? Mansur Escudero ha puesto el dedo en la llaga que intenta abrir el islam en nuestra sociedad para recuperar lo que ellos creen que es suyo. Es un chantaje tan sutil, tan ladino y tan matizado que parece justo lo contrario. Si se hubieran cumplido sus peticiones para que la Catedral de Córdoba, antes Mezquita, fuera un templo ecuménico, entonces no habrían sucedido los graves incidentes del Miércoles Santo.

La carga de la culpa recae, a partir de ese razonamiento, en una Iglesia intolerante que se niega a compartir el uso de la mezquita con sus legítimos propietarios morales. Da igual que hayan pasado más de siete siglos y medio, o que los musulmanes de entonces erigieran sus templos en lugares donde se alzaban basílicas paleocristianas. Todo da lo mismo. Mansur Escudero, que antes de musulmán ya había sido ferviente defensor de la antipsiquiatría en su pasado progre, sabe perfectamente cuáles son los puntos débiles de una sociedad evanescente donde los principios se toman con gaseosa y mucho hielo. Por eso pone el dedo en la llaga, en esa grieta que los profesionales del islam pretenden abrir para ocupar de nuevo un territorio que sienten como suyo en el imaginario de un pasado que quieren reeditar.

Para ello cuentan con el apoyo del mester de progresía, compañeros de viaje que en algunos casos llegan al extremo del tonto útil. Los marxistas ya los utilizaron en su día antes de dejarlos tirados en las cunetas del desprecio, la infamia o el gulag. Esos intelectuales que defienden cualquier causa con tal de oponerse a los valores que tanto tiempo y esfuerzo nos ha costado establecer son los aliados imprescindibles para llevar a cabo la tarea. Esos intelectuales de salón, esa gauche divine se pondrá del lado de los pobres musulmanes que sólo pretendían rezar y que por ello sufrieron el acoso de la Iglesia tridentina e inquisitorial. Mientras paladean un güisqui de malta o celebran el aroma a madera de caoba y cereza confitada que exhala el último gran reserva que acaban de descorchar, estos tontos útiles seguirán con su inconsciente labor de zapa.

Mansur Escudero, que como dijimos antes fue progre antes que musulmán, conoce los resortes que hay que activar para que salte la chispa de ese apoyo. Tolerancia al principio para hacerse con el control de la situación. Luego, ya veremos. Mejor dicho: ya hemos visto cómo se comportan los países islámicos a la hora de tolerar —es un decir— a las otras religiones. Esa actitud tolerante se plasma en frases impolutas que podrían pasar sin problema alguno el escáner el Observatorio de la Mutirreligiosidad: «Las diferencias en la denominación o en las formas de culto no deberían ser un impedimento para que en un lugar tan singular como la Mezquita-Catedral, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad y en la que en ciertos periodos históricos se llevó a cabo un culto compartido, pudiera de nuevo permitirse éste».

Hagan la prueba. Vayan a una mezquita en un país que se vanaglorie de sus esencias islámicas. Saquen una imagen de la Virgen, colóquenla en un lugar visible y arrodíllense para rezar el rosario en voz alta y en grupo. Cuando los hayan expulsado si tienen suerte de no sufrir algo peor, explíquenle al personal de guardia que el señor Mansur Escudero promueve ese islamismo tolerante en Al Andalus. Seguro que el imán de turno responde a las letanías con el ora pro nobis mientras el resto de la comunidad asiste en un silencio

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