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«Mi padre hubiera luchado como un descosido para evitar el engendro de “las setas”»

Carola Moreno, escritora, hija de Moreno Galván entró en Sevilla de la mano de su padre: periodista, articulista y erudito autodidacta apasionado de la ciudad.

«Mi padre hubiera luchado como un descosido para evitar el engendro de “las setas”»

—No es nada corriente entrar en una ciudad como Sevilla y ver una Avenida rotulada con el nombre de su padre…

—No es corriente y tengo esa suerte. Es excepcional y ciertamente es una impresión extraña y maravillosa

—Imagino que debe darle un subidón a la autoestima…

—Sí, se produce el subidón de orgullo más que de autoestima. Y sé por referencias que le pasa a toda mi familia. Sobre todo a su hermana Elisa, que es la que sobrevive a la saga.

—Tengo entendido que su padre ejercía de sevillano fino y frío y que entendía Sevilla como el molde ideal de lo que es una ciudad…

—Como Chaves Nogales consideraba que siempre había sido una ciudad. Tenía dos modelos de ciudad: Sevilla y Roma.

—¿Cree que hoy seguiría pensando lo mismo?

—Seguro que sí. Para él no había más ciudad que Sevilla. Conocía Barcelona, Madrid y las principales capitales europeas. Pero entendía que ninguna poseen lo que posee Sevilla: el sustrato civitas.

—Pero es posible que le diera un poco de repeluco «las setas» de la Encarnación, por ejemplo.

—Habría luchado como un descosido para intentar que ese engendro no se hubiera llevado a cabo. Era un fanático de la arquitectura y sostenía que lo primero que tiene que tener un edificio es utilidad, tiene que servir para algo. Y ese engendro no parece que sirva para mucho.

—Como buen padre sevillano inculcó a sus hijos ese amor por la ciudad. Creo que os llevaba a los hermanos al Museo Arqueológico para que entendierais las diferentes edades de Sevilla…

—Exactamente. Junto con el de Bellas Artes era el museo preferido de la ciudad. En el Arqueológico nos enseñó las diferentes ciudades que, superpuestas, han sido Sevilla. Igualmente le encantaba llevarnos a mí y a mis hermanos a Itálica. Por supuesto, mientras nos enseñaba el museo o Itálica nos contaba historias sobre la ciudad.

—¿Qué figura del museo es para usted Sevilla?

—Trajano.

—Al final, todos nos iniciamos en la asignatura de Sevilla como ciudad a través del ojo y de la mano del padre. ¿Eso hace diferente a los sevillanos?

—Es una de las cosas que hace diferente a los sevillanos. Y otra es convivir con ese sustrato histórico. Es posible que eso los haga más cínicos y, por otro lado, más abiertos.

—Pero degenerando, ese acceso al conocimiento de la ciudad, nos lleva al mejormundismo, a entender que Sevilla es lo mejor del mundo…

—Nos lleva a pensar, no sin alguna razón, que dónde se puede estar mejor. Eso puede resultar irritante para mucha gente.

—¿No cree que tanta melancolía local puede conducirnos a considerar que tenemos el ombligo tan barroco que no hay quien nos soporte?

—Veo ese ombligo barroco. Pero no veo que eso sea insoportable. Otros tienen el ombligo neoclásico. Y otros, romántico. Pero el ombligo siempre es el ombligo.

—¿No nos ve un poco como unos nacionalistas extremos de lo local?

—Creo que el sevillano es un antinacionalista convencido. Las banderas que coloca no son angustiosas ni agresivas.

—Usted, aunque vive en Barcelona, ¿le ha enseñado a sus hijos la ciudad a través de los ojos de su padre?

—A mi hijo mayor sí. A Juan, que vivió aquí un par de años, se la mostré a fondo. El resto está en ese proceso.

—Caballero Bonald, en sus memorias, nos revela cómo conoció a su padre en una obra y no precisamente teatral…

—Fue en una obra de la calle Lope de Rueda mientras mi padre hacia la mezcla. Caballero Bonald entró a ver el patio de la casa, preguntó al albañil de la mezcla y el chico le dio toda clase de explicaciones históricas, arquitectónicas y artísticas sobre el patio de la casa y el de Los Venerables.

—Imagino que Caballero Bonal jamás volvió a encontrarse con un albañil tan preparado…

—Se quedó a cuadros. Desde entonces fueron amigos siempre.

—Fue un autodidacta y creo que le ayudó mucho el Espasa.

—Mi padre fue un autodidacta. No tenía el bachillerato. Pero consiguió un trabajo en el Ayuntamiento de la Puebla. Allí había un Espasa que leyó y devoró a lo largo de los tres años que estuvo.

—Hay que tener muchas ganas de aprender para leerse el Espasa, ¿no?

—Esa era su pasión. Aprender. Se pasaba el día leyendo. Tenía un conocimiento enciclopédico.

—¿Por qué se fue de Sevilla?

—Hizo la mili en el Pardo, en Transmisiones. Y su hermano Francisco le abrió los caminos del periodismo. Dionisio Ridruejo fue el que más lo apoyó.

—Del alegato que hace por escrito para entrar en la Escuela de Periodismo qué resaltaría usted…

—La pasión y el viaje que hace a través de países y libros. Así como la referencia continua al Quijote: el libro de nuestra casa.

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