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Hay que aislar el centro

El centro es el depositario de esa Sevilla que no controlan los que la gobiernan

Día 06/07/2010 - 07.12h
Del prohibido prohibir, al corte por lo sano. Aquella revolución pija del mayo francés del 68 pasó de largo por la España que soñaba el fin de un Régimen… sin saber que estaba a las puertas de otro. ¿Prohibido prohibir? Eso era lo que decían los niños de papá que buscaban la playa debajo de los adoquines, como si no supieran dónde estaba: en el lugar exacto del veraneo familiar. Aquellos desclasados a la violeta se encargaron de dinamitar los principios de la sociedad democrática que se habían conservado después de la II Guerra Mundial, cuando los yanquis vinieron para salvarnos a los europeos del nazismo. De aquellos polvos del 68 vienen estos lodos de 2010, aunque en esta Sevilla que va de progre por la propaganda oficial no se hayan enterado de la película.
El Ayuntamiento donde aún figuronea Alfredito Buena Gente como si fuera el alcalde y no un mero pasante, ha decidido cortar por lo sano y cerrar el centro al tráfico privado. Los coches oficiales se libran de la medida, como no podía ser menos. Pero eso es la punta del iceberg. En Sevilla hay pequeños empresarios que luchan todos los días por mantenerse a flote mientras la flota de coches oficiales no decrece. Unos se pasan las noches en vela pensando cómo se pueden pagar las nóminas mientras otros se dedican a tomarse los yintonis que les permitan bajar las pinceladas que se han encalomado a costa del contribuyente. Siempre hubo clases. Y ahora más que nunca.
Vaya por delante que quien escribe este artículo es una enamorado de las calles de Sevilla, y que anda por ellas más que un cartero en Barcelona. Pero de ahí a convertir el centro en un gueto dividido en cuatro compartimentos estancos va un abismo. De momento hay que señalar lo obvio: no se puede empezar la casa por el tejado. Primero hay que construir una eficiente red de metro que comunique el centro con el resto de la ciudad, que permita el acceso de todos los sevillanos al corazón donde late la memoria sentimental de Sevilla, su comercio tradicional, los lugares que le dan esa personalidad que trasciende las fronteras del alfoz. Una vez hecho esto, a peatonalizar se ha dicho. Pero lo contrario es matar al centro, que es de lo que se trata.
Matar al centro es el objetivo de los que reducen la ciudad a un territorio electoral. El centro es el depositario de esa Sevilla que no controlan los que la gobiernan. Quieren una ciudadanía alejada de las cofradías, de la historia, de la sentimentalidad, de lo tradicional, de todo aquello que no va con ellos. Una Sevilla de barrios aislados, de barriadas estructuradas en torno al campo de fútbol de césped artificial, de la asociación de vecinos que controla al personal y cambia el pan y circo de los romanos por la cabalgata y el ambigú. Una ciudad desvertebrada que se vertebraría en torno a los partidos políticos dominantes. Por eso hay que aislar ese centro al que los votantes no tienen por qué acudir. Como le espetó —más bien se lo esputó— Lenin a Fernando de los Ríos cuando le preguntó por la libertad en el régimen soviético: ¿ir al centro para qué? Muchos peatones y coches oficiales. Cualquier parecido con la Rumanía de Ceaucescu es pura casualidad. O no…
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