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Columnas / TRIBUNA ABIERTA

Las verdades del juez Serrano

«No se limita a la fenomenología judicial, sino que profundiza hasta las raíces político-ideológicas»

Día 07/07/2010 - 22.49h
El Consejo General del Poder Judicial ha abierto expediente al juez Francisco Serrano; se le imputa la terrible irregularidad de haber presidido la Asociación de Investigación sobre Interferencias Parentales sin permiso (aunque el interesado asegura que informó al vicepresidente del CGPJ, Fernando de la Rosa, quien de hecho participó en las jornadas de la Asociación). Joaquín Moeckel se ha atrevido a decirlo: el CGPJ ha evidenciado «un celo muy especial contra un juez incómodo, políticamente incorrecto».
Serrano se había convertido en bestia negra de la prensa de izquierdas y las organizaciones feministas (la Federación de Mujeres Progresistas ya pidió hace meses que se le expedientara «por su ideología» [SIC], no por el asunto de la Asociación) desde que proclamó un secreto a voces: que la Ley contra la Violencia de Género (2004) ha dado lugar a innumerables abusos: denuncias falsas (sólo un 6.57% de las 480.660 interpuestas en los tres primeros años de vigencia de la Ley culminaron en sentencia condenatoria); recurso habitual a las acusaciones de maltrato en los procesos de separación … Pero es que Serrano no se limita a la fenomenología judicial, sino que profundiza hasta las raíces político-ideológicas: «hay un feminismo del resentimiento y del oportunismo que lucha por una nueva era de discriminación por razón de sexo basada en la ideología de género»; «más de 130.000 personas viven hoy en España de la llamada política de género».
Diego de los Santos ha hablado en un libro reciente del «régimen feminista de España». El ultrafeminismo generista (nada que ver con el feminismo razonable anterior a 1960 —las sufragettes, etc.— que se limitaba a pedir la igualdad de ambos sexos ante la ley) es, en efecto, una de las nuevas referencias con las que la izquierda ha remendado su orfandad tras el fracaso planetario del socialismo. La Ley de Violencia de Género está trufada de sectarismo feminista: no, obviamente, por intentar combatir la violencia doméstica (algo en lo que está de acuerdo cualquier persona de bien), sino por su diagnóstico de dicha violencia y las soluciones que arbitra. Las «soluciones» (ineficaces, pues el número de agresiones no deja de crecer) ya las conocemos: medidas preventivas y sancionatorias dirigidas específicamente contra los varones (la misma agresión es delito si es cometida por el hombre, y falta si es cometida por la mujer), con desdoro de los principios de no discriminación por razón de sexo y de presunción de inocencia, y medidas «educativas» dirigidas a erradicar los «estereotipos sexistas».
Más revelador resulta, sin embargo, el concepto mismo de «violencia de género». Teóricas como Celia Amorós insistieron en que el concepto «violencia doméstica» fuese sustituido por el de «violencia de género»: el primero es neutro y abarca cualquier agresión cometida en el hogar (con independencia del sexo del agredido); el segundo es un término ideológicamente cargado: presupone que la mujer es víctima por definición, y que la causa de la violencia estriba en las «relaciones de dominación patriarcal». El art. 1 de la Ley define así la «violencia de género»: «La violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas [por sus maridos o compañeros sentimentales]».
El ultrafeminismo es, a su modo, heredero del marxismo: sustituye la lucha de clases por la lucha de sexos. La idea se repite en las principales teóricas del movimiento. Kate Millet definió la relación hombre-mujer como «una relación de poder»; Shulamith Firestone pensaba que la lucha entre los sexos es el motor de la historia, que las mujeres debían relevar al proletariado como sujeto revolucionario, y que el matrimonio y la familia eran formas de «violencia institucionalizada», diseñadas para mantener a la mujer en la sumisión. Es frecuente, también, la conceptuación de la masculinidad como agresiva y opresora: la mujer es «el sexo que engendra»; el varón, «el sexo que mata». «Los hombres aman la muerte» (Andrea Dworkin); «el macho humano es un animal depredador» (Germaine Greer).
Pero el ultrafeminismo yerra en su diagnóstico de la violencia doméstica. Si su causa estribara en la «mentalidad machista» y las «estructuras patriarcales», ¿cómo explicar que las tasas de feminicidio en Finlandia (9.35 por millón en 2000-2006) o Austria (9.40) sean casi cuatro veces superiores a la de España (2.81)? Si la tesis feminista fuera cierta, habría que esperar más violencia doméstica en los países mediterráneos y católicos en los que aún colean la supuesta «mentalidad machista» y la odiosa «familia tradicional». Pero ocurre exactamente lo contrario: mueren más mujeres en los muy secularizados y liberados países nórdicos y centroeuropeos (Francia, 5.22; Gran Bretaña, 4.20).
Quien se interese por la verdad, y no por dogmas sectarios, que busque otra correlación. Los países más feminicidas son los países con menor tasa de nupcialidad, los países en los que el matrimonio ha sido desplazado por la cohabitación. Y la cohabitación resulta ser un «factor de riesgo» de primer orden en la violencia doméstica: según un estudio del INCAS-CIDE, en 2001, la tasa de feminicidios en España fue de 0.31 por 100.000 en las parejas casadas y de 3.19 en las parejas de hecho; en 2002, de 0.30 y 3.13 respectivamente; en 2003, 0.39 y 4.21… La mayor parte de los crímenes se producen en el proceso de ruptura de la pareja. Y las parejas de hecho se rompen mucho más fácil y frecuentemente que los matrimonios. La Federación de Mujeres Progresistas puede ya pedir que me inhabiliten a mí también por «mi ideología».
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