EL OBSERVATORIO
ESPERANDO A PAULINO
u sorprendente nombramiento como consejero de Cultura fue recibido con algunos recelos en los despachos de Altamira por su nula relación con el mundo cultural, en el que nunca había participado ni mostrado ningún interés, más allá de su afición al cine norteamericano y de su amistad con Antonio Banderas, con el que promocionó los productos andaluces en EE.UU, al principio de su carrera en la Junta. Su acusado perfil político, al que le dio lustre su paso por Turismo en la época de Chaves, con quien también fue consejero de Agricultura, encajaba mejor en Obras Públicas o Medio Ambiente, pero por alguna extraña carambola marca de la casa-palacio de «Pepe», Griñán lo colocó ahí. Si acertó o no, el tiempo lo dirá, pero han pasado cinco meses y las reticencias iniciales han degenerado ya en críticas y decepciones apenas disimuladas. En un marco presupuestario espantoso para la Junta en general, y para su Consejería en particular, aún no ha podido «vender» nada: ninguna idea, ningún
proyecto, ningún titular... nada. La imaginación al poder...
Tampoco aprobó Paulino su primera evaluación en temas espinosos como la ampliación del Museo de Bellas Artes de Sevilla o la reforma del Arqueológico, donde sólo ha echado balones fuera sin lograr ningún compromiso del Ministerio de Cultura ni plazo alguno de inicio de las obras. Pero cuando quiso jugar la pelota, no le fue mejor: le quitó la sala Santa Lucía a los artistas emergentes para dársela a los flamencos y sus propios correligionarios le acusaron de desnudar a un santo para vestir a otro. Tampoco se lució con La Alhambra, donde intentó hacerse con el control del Patronato y salió con el rabo entre las piernas. Su último hito fue nombrar a una asesora para la Agencia del Flamenco que el Parlamento desautorizó por ilegal. El nuevo curso no ha empezado bien para él, pero todo puede empeorar...
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