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ANDRÉS TRAPIELLO. ESCRITOR

«A Neruda le aterraba que un día se supiera la verdad»

El literato leonés ha publicado una nueva edición ampliada de «Las armas y las letras» (Destino), un libro fascinante sobre los escritores en la Guerra Civil que no repara en los preceptos de la Memoria Histórica.

IGNACIO GIL

ALFREDO VALENZUELA

—En su libro, Alberti recuerda al personaje de La peste», de Camus, que no quería que acabara la epidemia porque perdería su libertad...

—Alberti fue mucho más expresivo. Llamó a la guerra en 1965, veinticinco años después, la belle époque». Su mujer, María Teresa León, por si quedaban dudas, abundó en la fórmula: «Nuestros mejores años. No sé si los Alberti, sin la Guerra Civil, hubieran sido la mitad, pero a Juan Ramón Jiménez nadie le quitó de la cabeza que con la guerra los Alberti fueron el doble.

—Un biógrafo de Alberti asegura que al final de su vida terminó creyéndose sus propias memorias, ¿lo comparte?

No tengo la mejor idea de lo que Alberti se creía o no, y tampoco tengo mucho interés en averiguarlo. Cuando se derrumbó la Unión Soviética declaró: «Yo llevaré siempre a la Unión Soviética en mi corazón. No sé si la sociedad hubiera tolerado que alguien hubiese dicho que llevaba el Tercer Reich en el corazón.

- ¿Por qué la izquierda se enfadaba tanto cuando Aznar visitaba a Alberti?

—Eso mismo me pregunto yo.

—Sabíamos que Aznar leía a Azaña y a García Montero ¿por qué no sabemos qué lee Zapatero?

- No es cierto. Lee, si no miente, a Antonio Gamoneda. O sea, que tiene más mérito.

—En la guerra, Alberti y María Teresa León se instalaron en el palacio de los Heredia-Spínola ¿nunca volvieron a vivir tan bien?

—Eso depende de lo que se entienda por vivir bien. Ni Machado ni Juan Ramón quisieron vivir en ese palacio, cuando se les invitó a ello. Por lo demás, no sé si vivieron mejor o peor. Mal creo que no vivieron, a juzgar por las casas en las que lo hicieron, mejores que las de la inmensa mayoría de los exiliados, compradas unas por su trabajo y otras gracias al premio Lenin ¿o fue el premio Stalin? Ya no me acuerdo.

—¿El poeta Miguel Hernández nunca se hubiera instalado allí?

—De hecho no vivió allí. Lo malo no es haber vivido en un palacio, sino echarlo de menos y pasar el resto de la vida recordándolo, y todo lo que traen consigo los palacios, rango y ringorrango.

—Hasta leer su libro no me hubiera imaginado al miope Torrente considerando la guerra un deporte viril...

—Lo dijo con 26 años y en 1936. Pero tuvo la suerte de vivir mucho para rectificar. Otros no tuvieron esa suerte o, viviendo mucho, no rectificaron.

—Por escribir de la Guerra Civil, la gente querrá saber si es usted de izquierdas o de derechas...

—Defiendo el espíritu de la Ilustración: libertad, igualdad y fraternidad, exactamente contra el que se sublevaron los militares fascistas, el mismo que no supieron, quisieron o pudieron defender tantos comunistas, anarquistas o trotskistas.

—Le han acusado de ser más condescendiente con Bergamín que con Ortega...

—Me extrañaría. En 1936 alguien como Bergamín no corría ningún peligro al lado de Ortega. No creo que pudiéramos decir lo mismo al revés.

—El mundo entero conoce el fusilamiento de Lorca y desconoce el de José María Hinojosa ¿será porque era mal poeta o porque lo mataron los republicanos?

—Tal cual.

—¿Por qué leyendo las memorias de Cansinos Assens parece que Manuel Machado era de izquierdas y Antonio de derechas?

—Porque esas cosas no dependen sólo de uno, sino del lugar en el que se pone el otro.

—¿Por qué Neruda, que salió de Madrid con tanta prisa que se dejó atrás a su esposa y a su hija subnormal, denigra en sus memorias a Carlos Morla Lynch, que salvó miles de vidas de ambos bandos?

—Porque estaba aterrado de que un día se supiese la verdad. La hemos sabido, y tampoco ha pasado nada. España sigue sin reconocer la labor de Morla y cuando se recuerdan los comportamientos de Neruda, se nos dice que fue un magnífico poeta.

—¿Chaves Nogales, Arturo Barea y Clara Campoamor emigraron antes de que «los suyos acabaran con ellos?

—Cierto, pero a diferencia de Pla, de Camba o de tantos, siguieron siendo republicanos, sin ponerse al lado de Queipo o de Franco.

—En el otro lado, Baroja y Unamuno, casi corren la misma suerte...

—Jamás se me hubiera ocurrido compararlos. Unamuno sacó pecho y Baroja se arrugó, y ambos sin salir de Salamanca.

—Usted habla de los orgasmos intelectuales de Gibson, ¿tienen algo que ver con los que dice sentir Zerolo cuando escucha a Zapatero?

—No, yo no he hablado jamás de orgasmos intelectuales. Así fue como llamó Gibson al placer que podría producirle el descubrimiento de los restos de Lorca. De Zerolo no sé nada.

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