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El mecenazgo de una empresaria

«El nuevo centro Esther Koplowitz colaborará con las instituciones más prestigiosas del mundo. Una acción más de esa filantropía casi anónima de una empresaria que tiene el mérito de haber hecho todo lo posible para conservar los puestos de decenas de miles de trabajadores del grupo FCC»

POR GONZALO ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN

EL deseo de mitigar los sufrimientos ajenos, hacer el bien a los necesitados de ayuda, fue siempre resultado de un sentimiento caritativo fundado o no en la religiosidad. Para los cristianos, «amar al prójimo como a uno mismo» era no solo cumplir el mandato divino, sino también favorecer la salvación del alma. Particulares, clérigos de iglesias y catedrales, religiosos de las órdenes monásticas concurrieron siempre al socorro de los más necesitados, de los desvalidos. Fundaron hospicios, hospitales, asilos, «casas de misericordia». El coste de las edificaciones y el mantenimiento fue en el pasado obra de nobles y de eclesiásticos (arzobispos, obispos, clérigos que tenían dinero, abades y abadesas de los monasterios).

Aunque se fundaron hospitales, con el tiempo se prefirió socorrer a los enfermos en sus propias casas, cuando las tenían y contaban con quienes pudieran atenderlos. En las familias, había un rechazo general a recluir a los enfermos en los hospitales por cómo se les hacinaba en salas sin higiene con la muerte como visita cotidiana. Un final rápido era esperanza deseable para los concentrados en aquellas casas lóbregas, casi siempre sin la esperanza de recuperar la salud perdida. El conde de Floridablanca informaba a Carlos III en 1788 sobre el rechazo general de los enfermos a que se les internase en los hospitales, por el «tedio y la repugnancia» que originaban las casas o caserones que tenían como destino albergar y cuidar a los dolientes sin recursos. En el informe al Rey, Floridablanca aludió a «los vapores inevitables» que emanaban de la multitud de enfermos hacinados en las salas, sin que se les pudiera atender con los cuidados más urgentes y con la limpieza más urgente e imprescindible.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron y se desarrollaron en algunos países de Europa distintos regímenes de seguridad social, con intervención creciente del Estado. Hoy se han generalizado. Al aumentar las acciones protectoras de los gobiernos, disminuyeron progresivamente las acciones benéficas privadas. Quienes tenían recursos comenzaron a justificar su inhibición ante el socorro a los desvalidos por considerar que era asunto concerniente a los sistemas públicos de seguridad social, por lo que propendieron a desentenderse de toda función protectora y benéfica a favor de los menesterosos. Su mecenazgo fue concentrándose en acciones de carácter cultural, siempre de mayor efecto inmediato compensador, por la publicidad generada y por el aplauso público que reciben como mecenas de las artes y de las letras. Los menesterosos, los desvalidos, jóvenes o ancianos, no les interesaron, pues las acciones dirigidas a mejorar sus condiciones de vida suelen quedar en el anonimato, al no reflejarse en los medios de comunicación.

Las acciones filantrópicas de Esther Koplowitz comenzaron a organizarse en su Fundación de ayuda al desvalido, así denominada por ser su objeto atender a ancianos y a discapacitados que carecen de familia y de recursos. Desde 1995, pasó a denominarse Fundación Esther Koplowitz al ampliar el ámbito de sus acciones en la investigación médica con el fin de contribuir a mejorar los conocimientos y las técnicas que hacen más eficaz la curación de enfermedades. La atención prestada a las investigaciones biomédicas y a las prácticas curativas más avanzadas exigió la mayor eficacia en la gestión de los recursos que la Fundación dedica a los sucesivos proyectos que desarrolla.

La fundación Esther Koplowitz, desde que se constituyó, ha ampliado progresivamente sus ámbitos de actuación. En sus comienzos, prestó atención especialísima al alojamiento y cuidado de desvalidos sin familia y sin medios económicos para subsistir. A este cometido respondieron las edificaciones de Collado Villalba, Nuestra Casa; Residencia i Centre de Día For Pienç de Barcelona; La Nostra Casa Vall de la Ballestera, en Valencia; el proyecto de Valladolid, y pronto, otra casa más en la ciudad del Turia. Casi simultáneamente, la Fundación sufragó programas de investigación, como los del Hospital Clínico San Carlos sobre cirugía robótica o de telepresencia, para el que donó, el 21 de junio de 2006, el robot quirúrgico Da Vinci, unido todo ello a numerosas contribuciones económicas a favor de varias organizaciones que se dedican a acciones humanitarias y asistenciales.

Las casas que ha edificado, amueblado y equipado la Fundación Esther Koplowitz son ejemplo de confortable elegancia y sencillez, tanto en su arquitectura como en la eficacia y el buen gusto del mobiliario y de todo el menaje necesario para el buen funcionamiento de los servicios. La fundadora ha elegido por sí misma todos los elementos con sumo cuidado para que sean confortables los cuartos de dormir, los baños, los comedores, las cocinas y las salas de estar y de recreo. El ambiente familiar que Esther Koplowitz ha sabido crear en las casas de residencia y la atención permanente que presta a los alojados en ellas, al supervisar el trato y las atenciones que reciben cada día, permiten mejorar y prolongar la calidad de vida de quienes han pasado de sufrir las angustias del abandono y de la soledad a vivir en la compañía grata de residentes a los que enseguida unen la amistad, las atenciones médicas y los cuidados sanitarios.

Las obras necesarias para edificar la sede del Centro de Investigación Biomédica en Barcelona, que lleva el nombre de Esther Koplowitz (Cibek) comenzaron en febrero de 2008 en el solar adquirido entonces junto al Clínico de la Ciudad Condal. Esther Koplowitz sufragó los gastos de la edificación, con lo que ha hecho posible que este centro haya podido ser inaugurado ahora por el presidente de la Generalitat, José Montilla, y por la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia. El Centro será de referencia obligada para la comunicad científica mundial. Con el fin de hacerlo realidad, Esther Koplowitz ha donado (con su dinero particular, como hace siempre en todo lo concerniente a su Fundación) quince millones de euros, con lo que la suma total de todo lo que lleva concedido a equipamientos de las casas de salud e investigaciones científicas sobrepasa los cien millones de euros.

Con el nuevo equipamiento del Centro —que es de última tecnología—, los cuatrocientos investigadores encuadrados en el Hospital Clinic, la Facultad de Medicina y el Instituto de Investigaciones biomédicas de Barcelona podrán aplicar su capacidad científica con mayor eficacia.

El Centro Esther Koplowitz ocupa una superficie de 10.000 metros cuadrados, en los que se concentrarán acreditados investigadores que se dedican al estudio del metabolismo, la diabetes, la obesidad mórbida, las enfermedades del aparato digestivo y las hepáticas, la hematología y la oncología. También se estudian enfermedades originadas por la indigencia y la inmunología. El nuevo centro ha previsto colaborar con las instituciones más prestigiosas del mundo, entre las que figuran las universidades de Houston y Jerusalén. Una acción más de esa filantropía casi anónima de una empresaria que tiene el mérito de haber hecho todo lo posible para conservar los puestos de decenas de miles de trabajadores del grupo FCC, y además, de que miles de desvalidos y de discapacitados puedan vivir con las atenciones alimentarias, médicas y de confortable humanidad y cariño que reciben en las residencias por ella fundadas. ¿Cundirá este ejemplo entre los grandes empresarios españoles? Esperemos que sí.

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