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Pinganillos de doble filo

¿Sabía usted que el Senado existía o se entera ahora por el pinganillo de esta patochada?

Día 20/01/2011 - 01.57h
O lo duden ni un instante. Lo consideran una victoria. No una victoria limpia, justa y prudente. Sino una victoria trufada de ese revanchismo insano que engorda en su barriga repleta de cristalitos de punta el nacionalismo más rupestre. Lo de los pinganillos en el Senado para que senadores que hablan español se entendieran como si unos hablaran suahili y los de más arriba un dialecto del guaraní fue ampliamente celebrado por suahilis y guaraníes dialectales. Todos ellos en mitad de un fragor de plumas exóticas y tambores triunfales. Fue la conquista de las lenguas sobre la lengua. De las partículas sobre el todo. La batalla definitiva donde el suahili y el guaraní dialectal se imponían sobre la lengua peninsular. Y todo por un pacto político.
Me encanta el catalán. Me encanta oírlo en la sedosa voz de María del Mar Bonet. O en la intratable poesía de Serrat. O incluso en la voz de los sargentos de los cuarteles de Lérida donde hice la mili y aprendí a amar aquellas tierras de caracoles a la parrilla y desgarradoras tormentas de verano. Nunca me sentí ofendido por el hecho de que dos catalanes, en mi presencia, se comunicaran en su lengua materna, sino que más me ardía la curiosidad por entenderla y acariciarla, para que pudiera con el cemento de mi oído y quedara en mi memoria grabada el dulce romance de su música. Leí periódicos en catalán ayudado por soldados rasos del país que intuían mi amor y respeto por una cultura que había alojado en sus cinturones urbanos a miles y miles de andaluces. Y supe enseñarles a aquellos soldados que mientras en los valles pirenaicos el románico levantaba iglesias y abadías anteriores a las que Ken Follet nos descubre en «Los pilares de la tierra», aquí, en mi tierra, Al Andalus alambicaba a Grecia, Roma y Bizancio en los exquisitos salones omeyas de Córdoba.
Así que, por favor, contengan su primer mal calostro y no me llamen fascista por entender que la obra de teatro multilinguística que se ha estrenado en el Senado español es una pantomima. Un exceso verbal ideado tras una permanencia en el water prolongada y sin crucigrama a mano para matar el tiempo. Eso de que cada cual hablara en su lengua y el Senado tuviera que entenderse a base de pinganillos solo pudo ocurrírsele a alguien que estuvo en el cuarto de baño más tiempo de la cuenta por culpa de un atasco. Y ha salido lo que ha salido. Sabemos que el costo de los traductores dialectales no supone derroche alguno comparado con el despilfarro de tener abierta, por ejemplo, una cámara alta que difícilmente justifica su trabajo político. ¿Recuerda usted alguna utilidad del Senado más allá de ser la hamaca confortable del retiro de muchos ex alcaldables? Es más: ¿sabía usted que el Senado existía o se entera ahora por el pinganillo de esta patochada? No es el del dinero, pese a que con lo que cuestan los traductores comerían varias familias tiesas de necesidad; no es el dinero, digo, el argumento que invalida esta patochada. El argumento que lo invalida es que España tiene una lengua común en la que nos entendemos todos los españoles. Y parlamentos autonómicos hay donde se usa la lengua vernácula de la comunidad. Todo lo demás es querer hacer del Senado una reunión de tribus del tronco sioux que en sus asambleas, por no tener una lengua común, se ven obligados a hacer el indio en sus lenguas particulares. La cosa es de yoya absoluta. En la frente. Pero así soplan los vientos: ellos vacilando de torre de Babel y usted y yo preguntando cuánto cuesta tener abierto un Senado que sirve para tan poco y tantas diputaciones que gastan tantísimo Y no se enteran. A ver si con el pinganillo…
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