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CENSURA AL SENADO

El ridículo de los pinganillos es buena prueba de la debilidad del PSOE ante la voracidad de sus coyunturales aliados nacionalistas

DE acuerdo con la Constitución, las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Es un sistema de bicameralismo imperfecto, porque el Congreso tiene funciones mucho más relevantes que la llamada —por razones históricas— Cámara Alta. El Senado busca desde el primer día un encaje que no encuentra como cámara territorial, de tal manera que los debates políticos o académicos sobre su reforma se suceden una y otra vez sin ningún resultado positivo. Los grupos parlamentarios que han apoyado la puesta en marcha de una «torre de Babel» cometen un grave error. Este es el peor camino posible para reivindicar el prestigio de una Cámara ignorada —salvo circunstancias muy concretas— por la opinión pública y que los propios partidos degradan al concentrar todos sus esfuerzos e iniciativas en el Congreso. Así, el Palacio de la Plaza de la Marina se ha convertido en un foro para celebrar actos ajenos, como la conferencia de presidentes

autonómicos, y en una asamblea residual donde se pactan algunos cambios de última hora en las leyes que aprueba el Congreso. Ni siquiera sirve de nada el derecho de veto que le corresponde, como se ha demostrado hace poco con los presupuestos generales del Estado para 2011.

Sin embargo, hay una función exclusiva de la Cámara Alta, de máxima importancia en situaciones de crisis. Según el artículo 155 de la Constitución, el Senado debe aprobar por mayoría absoluta las medidas impulsadas por el Gobierno frente a las comunidades autónomas que incumplan sus obligaciones. Ello demuestra la intención del constituyente de convertir esta Cámara en pieza maestra para la defensa del «interés general de España», al que se refiere literalmente la norma citada. Por tanto, el Senado debería actuar como garante de la coordinación entre las diferentes instancias y es el lugar menos adecuado para ofrecer una imagen de confusión y dispersión. El ridículo episodio de los pinganillos es buena prueba de la debilidad del PSOE ante la voracidad insaciable de sus coyunturales aliados nacionalistas. Una vez más, es el Senado como institución el que saldrá perdiendo si no rectifica de inmediato este despropósito.

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