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El Lloréns o la filmoteca que Sevilla necesita

Tras el cierre en 1982, el local, bien conservado, ha sido tienda de tejidos y en la actualidad es un salón de juegos

ABC

PABLO FERRAND

De los viejos cines que había en el centro, si exceptuamos el Alameda, de época más cercana, sólo sigue en uso el Cervantes. Derribado el teatro San Fernando (1847-1973), que también fue cine, el Cervantes es la sala más antigua que conserva Sevilla, proyectada para teatro por Juan Talavera y de la Vega en 1873. Las restantes se han demolido o se han adaptado a otras funciones. Quedan, sin embargo, los muros externos del Coliseo, cuya reconstrucción interior sería posible si hubiera voluntad política para ello: existen los planos, fotografías y diversos elementos en distintos lugares de la ciudad. Aunque técnicamente sería más fácil y económico recuperar primero el cine Lloréns, con su doble entrada por la calle Sierpes y Rioja, para devolverle su función original. Lo ha pedido la asociación Velázquez por Sevilla. La sala está casi intacta.

La relación de Sevilla con el cine es tan antigua como el invento de los hermanos Lumière, dado a conocer en 1895, pues al año siguiente, el 16 de septiembre de 1896, se proyectan en el café Suizo de la calle Sierpes las primeras películas que se ven en la ciudad. Lo cuenta Carlos Colón en su libro Los comienzos del cinematógrafo en Sevilla. Y entre esas películas, que entonces llamaban «cuadros», figuran títulos tan citados como «El jardinero regando las flores», llamado también «El regador regado», y «Llegada del tren expreso a la estación de Joinville». Un acontecimiento.

Pero Sevilla está ligada al cine no sólo por el papel que siempre ha desempeñado en la difusión de este arte sino también a la inversa: por la difusión que el cine hace de la ciudad, de sus rincones urbanos, los monumentos y el costumbrismo. A finales del siglo XIX, el visitante seguía buscando en Sevilla lo exótico, lo popular y lo pintoresco, tras la estela de los viajeros románticos, y pronto empezaron a verse en sus calles las primeras cámaras Lumière y similares. A ello se añaden las películas que se han rodado en la ciudad para su exhibición en salas comerciales.

Hubo en Sevilla empresarios pioneros, como Antonio de la Rosa o Vicente Lloréns, que creyeron en la fascinación que podían transmitir las cintas de celuloide y arriesgaron su dinero en todo tipo de salas, desde los barracones desmontables de feria hasta los locales estables donde proyectar las películas. A veces eran teatros reconvertidos en cinematógrafo o que alternaban sesiones de una y otra cosa, caso del Cervantes, del San Fernando, del Duque, o el Lloréns, nombre este último que responde al empresario que lo construyó y que llegó a tener algunos de los salones céntricos más importantes de la ciudad. Otras salas, como el Pathé -hoy, teatro Quintero-, obra de Juan Talavera y Heredia, se diseñaron expresamente para la proyección de películas.

El cine Lloréns ha sido una institución en Sevilla. Sabemos por el profesor Alberto Villar Movellán -cuya obra Arquitectura del Regionalismo en Sevilla acaba de ser felizmente reeditada por la Diputación- que fue reformado entre 1913 y 1915 por José Espiau y Muñoz para adaptarlo a cine. Espiau bebe del eclecticismo que impera en la Sevilla de la época y opta por «un estilo de raíz islámica, pero en versión regionalista». Yeserías, azulejos, elementos de forja, ajimeces… bajo la gran armadura fingida de inspiración mudéjar y sus poderosos tirantes de lacería. De todo un poco hay en este puzzle historicista que hoy, cuando todo se reduce a la simplicidad mínima, recobra un encanto particular.

La llegada del cine sonoro

A esta sala llegan las primeras experiencias del cine sonoro. A excepción de las proyecciones con sonido que en 1929 se efectuaron en sistema Cinefón en el Cinematógrafo del pabellón de Estados Unidos (la desaparecida sala Juan de la Cueva), la fecha clave es la del 10 de enero de 1930. Es cuando en el Lloréns se muestran, quizás por vez primera en Sevilla, varias películas sonoras en distintos sistemas: el Vitaphone (disco en sincronía con la imagen) y otro más perfeccionado. Entre los títulos que allí se vieron figura «Sombras blancas». Hay, de todas formas, otro dato que adelanta la llegada del sonoro a Sevilla al día 4 de septiembre de 1928, según escribe Luis Fernández Colorado, hecho que sitúa, precisamente, en la sala Lloréns, donde una compañía ambulante proyecta varias películas cortas en Fonofilm, procedimiento que ya incluía el sonido en el mismo celuloide. Y luego vino el color, la pantalla grande en cinemascope, el sonido dolby y tantos avances. De esta manera, hasta su cierre en 1982, la historia del salón Lloréns ha ido paralela a la del séptimo arte. Ha sido testigo de cada uno de los pasos de esa evolución maravillosa que parte del ingenio de los Lumière y Edison, y que en justicia es heredera de Louis Le Prince y su aparatoso invento patentado en 1888. El artilugio de Le Prince no pasó del ámbito privado, pero él logró la proyección de imágenes en movimiento perfeccionando lo que empezó siendo una sucesión de verdaderos «cuadros», es decir, que cada fotograma era una placa fotográfica de cristal enmarcada que se unía a la siguiente mediante cintas laterales.

El Lloréns y la música

Teatro, cine, sala de conferencias, el Lloréns fue, además, escenario de relevantes acontecimientos musicales. Pedro José Sánchez Gómez, investigador de la música sevillana, nos facilita los datos. El más célebre tuvo lugar el 11 de junio de 1924 y corresponde a la presentación de la Orquesta Bética de Cámara, fundada por Falla, y dirigida por Ernesto Halffter. Este era el programa: «Sinfonía en mi bemol de Haydn», tres piezas de Scarlatti, dos preludios de Salazar, «Berceuse» de Rodolfo Halffter, «El Amor Brujo» de Falla, «Suite de Pulcinella» de Stravinsky, «Kamarinskaya» de Glinka y «Marcha grotesca» de Rodofo Halffter; y de propina se repitió la «Danza Ritual del Fuego». Pero años antes hubo otras veladas de tipo musical: la conferencia que pronunció en el Lloréns el compositor y organista Charles-Marie Widor, en marzo de 1916, y los dos recitales, organizados por la Asociación Sevillana de Caridad, del pianista Arturo Rubinstein en esa misma sala el 16 y 17 de abril de 1917, durante su primera estancia en Sevilla. Después, el 9 de enero de 1920, Andrés Segovia dio un concierto en el Lloréns.

El Lloréns es una sala digna, cargada de historia y muy representativa de su época, cuyo uso actual no es el que le corresponde. Por tanto, nos unimos al llamamiento de la asociación Velázquez por Sevilla para pedir a las administraciones públicas que recuperen este local. Es inconcebible que una ciudad como Sevilla, de tanta tradición cinematográfica y con un festival de cine europeo que es un éxito de público, no cuente todavía con una verdadera filmoteca. Y la sala principal de esa filmoteca podría ser el Lloréns, idea que ya propuso Carlos Colón en 1983, cuando el local se había convertido en tienda de tejidos. La ciudad volvería a disfrutar de buenas proyecciones en 35 mm y 16 mm en este salón mítico, donde tuviera cabida las nuevas tecnologías. La Filmoteca de Sevilla, bien organizada, sería rentable en la cultura, porque la afición viene de lejos y se ha ido consolidando gracias a los emprendedores que invirtieron en el cine, a décadas de cine forum y, muy especialmente, a la labor de aquel centro cultural que fue Cine Club Vida, que desde hace unos años ha resurgido en las instalaciones de Cajasol de la mano del padre Alcalá -uno de los fundadores del centro Vida-, cinéfilo y estudioso de la figura de Buñuel. Y en este caldo de cultivo cabrían otros nombres importantes, pero no podemos olvidar el de Antonio Colón y las excelentes críticas de cine que en estas páginas ha escrito.

En cuanto a los cines, aparte de las salas comerciales, queda también el cine club UGT, el del pabellón de Uruguay, las sesiones del Círculo Mercantil, las del Club Antares, las específicas del pabellón de Marruecos y los cines de verano de la Hispalense y la Diputación, entre otras iniciativas loables. Pero falta la filmoteca de Sevilla, con todo lo que ello supone, y puestos a pedir sería interesante la creación de fondos propios: las películas y documentales que tienen relación con la ciudad y los títulos significativos de la historia general del cine, los que no llegan a los circuitos comerciales y los que no se encuentran en Internet. Y a esta ciudad de asociaciones no le vendría mal otra de amigos del cine, como sugiere la de Velázquez por Sevilla, y la filmoteca podría tener su archivo propio y una sección de libros. De momento, la sala está entera casi 30 años después de su cierre como cine, lo cual es asombroso en la ciudad de la piqueta.

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