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Miguel Carcaño sigue el guión

La locura jurídica que supone separar en el tiempo los juicios al Cuco y a los mayores está dando munición a las partes

jesús spínola

josé l. garcía

Como si de un guión previamente escrito se tratara, Miguel Carcaño cumplió ayer con el papel que de él se esperaba y se ratificó en su última declaración sobre lo que supuestamente ocurrió el 24 de enero de 2009 en su piso de la calle León XIII; una versión que, en lo fundamental, no es más que un retorno a su primer relato. O sea, que en un arranque de ira asestó un mal golpe a Marta del Castillo y le causó la muerte. Luego, Samuel y El Cuco, avisados por lo que había ocurrido, se encargaron de deshacerse del cuerpo.

La versión es, en lo básico, coincidente con la primera, pero muy distinta a aquella de la violación y asesinato por estrangulación que apareció en el momento justo para conseguir lo que ha conseguido; zafarse del juicio frente a un jurado popular que lo hubiera condenado sin temblarle el pulso.

En la locura jurídica que es, cuanto menos, la separación temporal de los dos juicios —el del Cuco y el de los adultos—, los datos no dejan de gotear. Una cosa será lo que digan los implicados y otra es que la Policía haya tenido que revelar —y valorar— en el juicio al menor de edad los datos objetivos de sus hallazgos científicos, únicos tanto para el juicio al menor como para el posterior a Carcaño y a los otros tres implicados.

Cuando ese juicio llegue, dentro de un puñado de meses, poco habrá de nuevo en el campo científico y mucho será lo que se haya podido cavilar en cuanto al mismo y, sobre todo, acerca del valor probatorio del centenar y medio de vestigios biológicos que están reflejados en el sumario.

Hasta el momento presente, lo único cierto es que en el dormitorio de Miguel Carcaño se produjo «un episodio violento» en el que Marta del Castillo sangró.

La evidencia es compatible con la primera versión de Carcaño, teniendo en consideración el alto porcentaje de probabilidades que hay de que los hallazgos biológicos sean sangre, ya que estaban tan lavados que hasta para buscar perfiles de ADN hubo que utilizar el más sensible de los reactivos posibles. De lo que no cabe duda alguna es de que era sangre lo que Carcaño tenía en su cazadora, bajo la que dijo el primer día que había escondido el cenicero con el que aseguró entonces y vuelve a asegurar ahora que golpeó a Marta.

Una vez conseguido que el juicio vaya a parar a un tribunal profesional, la versión de la violación por parte de él y del Cuco, y consiguientemente el asesinato premeditado y frío con la alargadera del ordenador, ha dejado de ser útil para Carcaño, que se enfrentaría así a una condena de muchos más años que si mantiene la versión del arrebato.

Sin que haya sido encontrado el cadáver de Marta, cualquier versión es posible y, por contrario, aquellas que no estén fundamentadas con rotundidad por pruebas científicas no dejan de ser hipótesis o la palabra de uno contra la de otro; evidencias cuyo peso ante un Tribunal podría generar dudas razonables que acaben beneficiando a los implicados y particularmente a Miguel Carcaño.

Que en el dormitorio haya evidencias genéticas mezcladas de Marta y Miguel, y aún de Marta y El Cuco, no suponen a priori una actuación criminal del menor, sino sólo que éste estuvo allí, cosa que no se ha negado desde el principio, ya que manipuló el cadáver. Hasta la huella del Cuco en la botella de ron no deja de ser una prueba circunstancial en un piso que frecuentaba. Incluso en el caso de que se hubieran hallado rastros fidedignos de actividad sexual de Miguel, la violación sin cadáver es indemostrable si Carcaño se empeña ahora, como parece, en aferrarse a su primera versión.

La experiencia apunta a que en el juicio a Miguel Carcaño aún no está todo visto ni oído, de la misma manera que no hay que olvidar lo complicado que puede ser condenarlo por asesinato sin que haya cadáver.

Afirman los penalistas que otra cosa hubiera sido enfocar el procedimiento por la desaparición de Marta. En tal caso, curiosamente, sobre Miguel Carcaño hubiera pesado la posibilidad de una pena de cárcel aún mayor. Pero ya, lo hecho, hecho está.

Lo único cierto a estas alturas es que el juicio separado en el tiempo al Cuco está sirviendo para dar munición a las partes a la hora de intentar demostrar lo que ocurrió con Marta del Castillo más allá de lo que apuntan unas pruebas que no son tan elocuentes como los implicados.

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