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San Juan de los pequeños dioses

El próximo martes día 8, el obispo auxiliar de Sevilla inaugurará y bendecirá la rehabilitada Ciudad de San Juan de Dios de Alcalá de Guadaíra, un centro único en Europa para la atención a discapacitados psíquicos gravemente afectados

FELIPE GUZMÁN

alberto garcía reyes

RAQUEL, que a pesar de ser de las más adelantadas apenas consigue que se le entiendan sus palabras, dice una frase nítida mientras coloca los cubiertos en el comedor de la nueva Ciudad: «Aquí soy feliz» . En San Juan de Dios, un otero de Alcalá de Guadaíra desde el que, paradójicamente, no se divisa casi nada, corre un aire de alegría que te acaba alzando el vello. Allí donde el ojo friolento del que mira con altivez sólo verá una cruda tragedia de personas que viven ancladas en una eterna infancia, habita una comunidad de pequeños dioses de San Juan capaces de ablandar el hierro. Raquel es feliz. Todos los días pone la mesa para que sus 300 compañeros se sienten a comer el pan de una vida mejor mientras el hermano superior, Juan Manuel, se desvive buscando recursos para pagar una obra tan impagable. Y mientras el director, Alfonso Moral, se agarra a su apellido para demostrar que sus 300 discapacitados intelectuales gravemente afectados son una bendición para quienes se encargan de proporcionarles toda su dignidad.

La nueva Ciudad de San Juan de Dios de Alcalá de Guadaíra , cuya rehabilitación será inaugurada y bendecida por el obispo auxiliar de Sevilla, Santiago Gómez Sierra, pasado mañana coincidiendo con la onomástica del fundador de esta Orden Hospitalaria, es un centro pionero en Europa. Lo es porque sus nuevas instalaciones, que empezaron a construirse en 2003 con un presupuesto de 18 millones de euros , son únicas y porque su equipamiento es completamente novedoso. Pero, sobre todo, lo es porque sus trabajadores han decidido entregarse a los «niños» con abnegación y con un amor que no cabe en esos 127.000 metros cuadrados. Las mentes de esos «niños», algunos de los cuales tienen ya una edad considerable, porque, como dice Alfonso Moral, «la edad cronológica es un simple accidente», han parado su reloj. Y el personal de San Juan de Dios no desfallece en su empeño por que suene el tictac. He aquí donde se plantea la gran disyuntiva. ¿Cuánto hay que hacer por ellos y cuánto merece la pena hacerlo? La duda es una ofensa para el director de este edén fundado por fray Serafín Madrid en 1970 y que ahora se renueva por completo como queriendo lanzar la metáfora de que, con esfuerzo, es posible vivir mejor en cualquier circunstancia. Moral responde a la pregunta señalando el friso del fondo de la capilla, «que es donde está para nosotros la fuerza», y planteando un jeroglífico. Hay varias escenas de un Via Crucis esculpidas en hierro. «En ninguna cae la cruz al suelo, salvo en una», esgrime de forma enigmática. Es cierto. Una de las estampas muestra la Cruz debajo del Hombre. «El hombre está arriba porque la dignidad humana está por encima de todo», resuelve. Incluso por encima de una fe concreta. «Aquí tenemos testigos de Jehová, evangelistas, agnósticos... Las personas antes que ninguna otra cosa». Moral lo explica ahora de otra forma: « Vino un inspector de la Junta a supervisar si las habitaciones de la residencia cumplían la normativa y nos dijo que para cumplirla había que poner mesitas de noche. Le expliqué que el 70 por ciento de nuestros “niños” son epilépticos y le hice una pregunta: “¿Qué hago, cumplir la ley o atender a las personas?” Yo no tengo duda. Las personas por encima de todo».

«Yo no tengo duda. Las personas por encima de todo»

Mientras Alfonso esgrime sus principios, aparece Cándido, un muchacho que viste un chándal del Sevilla. El chico no habla. Casi ninguno puede hacerlo. Pero le muestra tres dedos de su mano derecha. Tres a cero al Sporting. Alfonso lo entiende al vuelo. Y le ofrece un arrumaco que este interno le paga con una sonrisa. Cuando Cándido se marcha, ya hemos salido del edificio central, en el que se ubican los despachos de administración y las aulas de restauración, y accedemos a la residencia nocturna. La ciudad acoge a 96 residentes y cada caso es un mundo. Unos tienen familiares que los visitan cada día a partir de las cuatro de la tarde. Otros forman parte del plan de Protección de Menores y sólo pueden recibir a sus padres por orden judicial. Otros se marchan los fines de semana... Todos acuden cada mañana al colegio , situado al otro extremo del recinto, y se funden con los 200 niños que van y vienen desde sus pueblos todos los días. Y al terminar las clases, regresan a sus «casas» de la residencia. Cada una tiene cinco habitaciones dobles y dos simples. Conviven doce tutelados por un supervisor en cada vivienda. La mayoría duerme en camas flanqueadas por colchonetas que eviten daños durante sus ataques epilépticos. Se duchan en zonas adaptadas a cada discapacidad concreta. Reciben su ropa limpia todos los días. Cada fin de semana, cuatro de ellos se marchan a un piso que la Orden ha alquilado en Alcalá para que se adapten a la vida urbana. Y todos, los internos y los del colegio, comen juntos al final de cada mañana. «Ése el momento en el que se igualan todas las categorías laborales de los empleados. Trabajadores sociales, psicólogos, enfermeros, hermanos de San Juan de Dios... Todos les damos de comer» . Alfonso Moral realiza esta aclaración mientras culmina el pasillo que conduce al Centro de Día, el colegio, a cuyas puertas realiza una confesión clave para entender su pasión: «Yo empecé a trabajar en esto en el 76, en Córdoba, en una casa de disminuidos psíquicos de Posadas. En el 77 entré a trabajar con los hermanos de San Juan de Dios, y en el 85 mi mujer y yo vinimos a trabajar aquí. Juntos nos hemos entregado a esto desde entonces». Su esposa, Conchi Naranjo, se jubiló hace un mes, aunque sigue dirigiendo el cotarro desde casa. Tienen dos hijos trabajando fuera. Mejor dicho: tienen otros 300 hijos en Alcalá .

Las mentes de esos niños, algunos de bastante edad, han parado su reloj

Alfonso se derrama con ellos. Disfruta explicando lo importante que es la clase de control de esfínteres. «Para nosotros el conocimiento es secundario, lo que queremos es hacer personas», repite sin descanso. Sin embargo, muestra uno de sus espacios de enseñanza predilectos como paraíso cognitivo. Es una hilera de lavabos con sus respectivos grifos. «Conseguir que los abran es para ellos un mundo de conocimiento. Primero les tenemos que enseñar a hacer la pinza con las manos, que es un ejercicio de psicomotricidad, para que puedan coger el grifo. Después aprenden que arriba sale agua y abajo se para. Más tarde entienden la lateralidad y la temperatura con el agua fría y la caliente. Esto no es enseñar a leer y escribir, pero es enseñar a vivir».

En la siguiente aula hay dos pequeños que acaban de llegar de una excursión por el centro comercial Los Alcores y otros ocho a los que el profesor Claudio les está dando una clase de estimulación . Cuando Claudio se detiene para recibirnos, uno de los chiquillos llama la atención emitiendo ruidos. El profesor se lo premia. Choca la palma de su mano contra la del niño y le exclama: «¡Bien, sinvergüenza, que eres un sinvergüenza!». El chiquillo tiene un retraso madurativo profundo. «Es fundamental que ellos sientan que se les quiere, porque son deficientes, pero no tontos», explica Claudio mientras el director, Alfonso Moral, nos reclama para conocer otro de sus espacios preferidos en la nueva ciudad, más allá de la sala multisensorial creada «ad hoc» con la más alta tecnología: una casa para actividades de la vida diaria. Allí nos recibe un grupo de chavales, «los más adelantados», que están aprendiendo las faenas del hogar. Yaisa, de Torreblanca, cuenta que ha hecho una tortilla de papas. Moisés, de Brenes, ha limpiado el polvo. Y Elena, de Mairena, está planchando una camiseta. Entonces aparece Alejandro, un gitano al que le gusta que le llamen Farruquito, que se viene arriba en cuando escucha el soniquete de una bulería. El pequeño flamenco de piel de aceituna pide guerra. Con unas palmas le basta. Rápidamente alza sus brazos al viento y se pega una patá que provoca un debate. Si el chico no tiene capacidad cognitiva, ¿cómo es posible que baile así? ¿Traerá esa cosilla en la masa de la sangre? Lo cierto es que Alejandro Farruquito no se conforma con una sola vueltecita. Quiere más. El plumilla le ofrece unos torpes nudillos por fiesta. Y el chiquillo le regala un abrazo que termina de convencer al periodista. Son una fuente de alegría, un caudal de sentimientos que desbordan sus cuerpecillos ajados, marchitos o castigados por un cerebro que viaja a otro compás.

Mientras salimos, Cándido, el del chándal del Sevilla, reaparece empujando el carro de Reyes, la más veterana del lugar. «Tiene 49 años y una edad mental de ocho a diez meses» , revela Moral. En ese intervalo se vive en San Juan de Dios, que se rehabilita a sí misma con la misma fortaleza con la que persigue el milagro de rehabilitar a los demás. Con 33.000 euros de hipoteca al mes. Con un presupuesto para 2011 que supera en 450.000 euros los ingresos previstos —el 95 por ciento procedente de la administración pública—. Con 133 empleados fijos y otros tantos puestos de trabajo externos. Con 300 pequeños dioses que pasado mañana, el día de San Juan de Dios, van a recibir al arzobispo, al presidente de la Junta y a quien abra los ojos para ellos en la celebración de un milagro de gestión privada que tiene un gerente clave. Dios. «Dios proveerá», recalca Alfonso Moral mientras leemos juntos la Tercera que José María Pemán escribió en ABC el 4 de marzo de 1968: «Será una batalla luminosa en esa reconquista que capitanean los hospitalarios: reconquistar todo lo “sub” para instalarlo en la norma y la regla de lo humano. ¡Dios les ayude en su batalla!». Para que la sigan ganando consiguiendo que Raquel, sus 299 compañeros y sus familias sepan encontrar la felicidad mientras ajustan las cuentas con el destino. Ésa es la obra magna de San Juan y sus pequeños dioses.

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