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Columnas / EL ÁNGULO OSCURO

Apocalipsis y energía nuclear

Oettinger, aunque no lo supiera, tenía más razón que un santo: estamos, en efecto, en manos de Dios

Día 21/03/2011

TIRIOS y troyanos han puesto al comisario Günther Oettinger como chupa de dómine por afirmar: «Japón vive un Apocalipsis. La situación sólo está en manos de Dios». Salta a la vista que, aunque tirios y troyanos hayan vituperado a Oettinger por su primera afirmación, lo que en realidad les jode es la segunda, que pone en manos de Dios el destino humano. Y salta también a la vista que el empleo del término Apocalipsis incluido en la primera afirmación debe interpretarse a la luz de la segunda: las palabras de Oettinger (aunque sea inconscientemente) no se refieren al sentido más banal que asignamos al término «Apocalipsis» (como catástrofe de proporciones gigantescas), sino a su sentido más originario y profundo: «Revelación». Con este nombre designamos el último libro del canon neotestamentario, en el que se nos anuncia la Parusía de Cristo, convertido en Señor de la Historia, precedida de signos luctuosos y terribles. No me extraña, pues, que Oettinger, al atreverse a invocar el Apocalipsis y a poner «en manos de Dios» el destino humano, haya provocado que tirios y troyanos se pongan como la niña del exorcista; pues es algo que ya no se atreven a hacer ni siquiera los curas, no sea que los inmolen en el altar del Progreso Indefinido.

La vinculación de la energía nuclear con esos signos luctuosos que precederán el fin de la Historia ha sido frecuente, hasta dar lugar incluso a un subgénero de la ciencia-ficción la mar de entretenido aunque, por lo común, lastrado de paparruchas. Pero también existen trabajos sesudos y sumamente sugestivos, como los del físico y teólogo alemán Bernhardt Philberth, que creen vislumbrar en las visiones de San Juan las peripecias de una guerra atómica. Tales interpretaciones, sin embargo, corren el riesgo —como bien dice Jorge Trías Sagnier— de quedar «a mitad de camino entre la teología de barrio y la superchería televisiva». Mucho más dilucidador resulta, a mi juicio, recordar que el fin de la Historia humana, según las profecías bíblicas, vendrá precedido por una época en la que el hombre se adorará a sí mismo y a la obra salida de sus manos; una época en la que la razón endiosada quebrantará todo freno moral, en su afán por hurgar en los secretos más íntimos de la Creación. La energía nuclear es un ejemplo pintiparado de este endiosamiento de la razón humana, que hurga en las intimidades del átomo para internarse, a la postre, en un callejón sin salida.

Porque un callejón sin salida —y sin posibilidad de retorno— es, en realidad, la energía nuclear, como muy sabiamente me explica el escritor Enrique Álvarez. Ya no podemos sobrevivir ni con ella ni sin ella: con ella, tarde o temprano se producirá una catástrofe (y, aunque llegaran a construirse centrales a prueba de terremotos, nunca podrá evitarse que un gobernante o un terrorista endiosados hasta la demencia hagan un uso letal de ella); y sin ella, el hundimiento económico que hoy barruntamos sería impepinable, pues nadie —ni siquiera quienes dicen abominarla— sería capaz de regresar al estadio de privaciones y miseria que hoy implicaría la renuncia a la energía nuclear. Así es como nuestra razón endiosada nos ha llevado a un callejón sin salida sin posibilidad de retorno; en lo que la revelación bíblica nos muestra su verdad definitiva: la Historia humana no es un proceso (y mucho menos un progreso) indefinido, sino que tendrá un desenlace, como tuvo un principio. Oettinger, aunque no lo supiera, tenía más razón que un santo: estamos, en efecto, en manos de Dios.

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