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Soy minero de la Caridad

Soy minero de la Caridad JUAN FLORES

alberto garcía reyes

Parecerá increíble, pero a estas alturas todavía hay muchas cosas invisibles en la Semana Santa. Por eso este palco de papel se retira hoy de las fatuidades de la Plaza de San Francisco , donde hay más vanidad que noticias, para colocar la silla frente a lo desconocido. Cuatro y media de la tarde. Mientras el actor Antonio Garrido cambia el costal después de 20 años por el micrófono de la televisión municipal para narrar junto a su padre, José Luis Garrido Bustamante, la salida del Buen Fin, en el mercado del Arenal se celebra una liturgia en la que no huele a incienso, sino a pescado. Tal ceremonia se produce en las escaleras que dan a Pastor y Landero. El capataz de la Virgen de la Caridad del Baratillo, Rafael Díaz Talaverón, reúne a toda su cuadrilla para dar la homilía del buen costalero. El silencio es rotundo durante la arenga, en la que la contundencia del dueño del martillo achica a todo quisque. Se acuerda de dos que este año no están y se le caen dos lágrimas que levantan la ovación de su gente. Pero la liturgia, que cada año se celebra en el mismo lugar desde hace no se sabe cuántos, aún espera su momento más genuino. «¿Dónde están los novatos?», pregunta el heredero de la saga de los Palacios . Su interrogante se responde con la presencia de tres jóvenes en el escalón más alto. A cada uno de ellos se le da un casco que parece de obra con una lámpara en la frente. «Vamos a cantarles nuestro himno», anuncia un contraguía. Una, dos y tres. «Soy minero, voy poniendo por las minas pico y barrena». Cantan todos en memoria de Antonio Molina. Y tras rematar, Díaz Talaverón se arranca a compás de sevillanas: «Somos los costaleros, venimos todos a una, debajo de los costeros». Un ole final disuelve la reunión. El rito finaliza a media hora de que la cruz de guía baratillera se ponga en Adriano, justo donde tres gitanos están cantando por los veladores rumbas de Los Chichos .

A estas alturas todavía hay muchas cosas invisibles en la Semana Santa

Esas ceremonias recónditas que han logrado zafarse de los focos de la oficialidad forman parte de la ciudad de carne y hueso. Pero nadie las mira. Nadie se ha enterado de que el lunes pasado, en la Plaza del Museo , cuando estaba entrando la Virgen de las Aguas, un hombre cumplió su promesa de amor. Se arrodilló junto al palio y allí, hincado ante la Madre que trajo a este mundo la muñeca de Cristóbal Ramos, le pidió matrimonio a su novia. Eso sí que es para verlo desde un palco. Porque lo hizo sin llamar la atención, casi a hurtadillas. Sin más intención que declararse a la mujer de su vida junto a la Mujer de su alma. Un detalle más de estos días de Pasión en los que la agenda nos trae la visita de Zoido a los Panaderos, la ofrenda del Betis a las Siete Palabras, con Gordillo, Cardeñosa y García Soriano en San Vicente, o la facilidad que le puso un nazareno del Baratillo a las agencias de prensa que vienen buscando la novelería de Sevilla cuando enseñó bajo su túnica una camiseta del Madrid. A ése sí que había que haberle puesto un casco de minero de la cuadrilla del palio del Arenal para que escarbara hasta las honduras de esta tradición en la que no caben ciertas frivolidades. Salvo si se está en la honorable lista de invitados desconocidos de los palcos del Ayuntamiento. Pero uno prefiere rebuscar en lo profundo. Lo confieso: soy minero de la Caridad del Baratillo .

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