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Chubascos y cielo añil

Las trombas de agua han desarbolado este año, como nunca, la Semana Santa sevillana

Chubascos y cielo añil KAKO RANGEL

andrés amorós

Las trombas de agua han desarbolado este año, como nunca, la Semana Santa sevillana. Reflexiona un amigo: «En un país donde el que lleva una bandera nacional es tachado de provocador ; donde se organiza una “procesión atea” el Jueves Santo; y donde los jueces sueltan a un terrorista para dar orden, poco después, de buscarlo, no es raro que el agua impida la Madrugada...»

Pero no hay mal que cien años dure, ni siquiera en España. El ambiente en la Plaza de los Toros es absolutamente extraordinario . Los sevillanos —define el maestro Antonio Burgos— se disponen a realizar «el gran rito primaveral: sacar la almohadilla en la Maestranza». Nos sentimos unos privilegiados por estar aquí.

En su Pregón matutino, Rafael Moneo ha señalado que lo aleatorio es uno de los atractivos de la Fiesta: esta tarde, ¿sucederá el milagro... o no pasará nada? Dependerá, en gran medida, de los toros.

Según el Teniente de Hermano Mayor de la Maestranza, en entrevista con María Jesús Pereira, en el ABC sevillano, «tenemos el toro que el público quiere. El empresario contrata a las ganaderías que el público quiere ver ». Me temo que las cosas no son tan sencillas. En las corridas de figuras, el empresario compra los toros que los apoderados exigen; si no, los diestros no torearían. Y la masa de público atiende a los toreros más que a los toros: ése es el quid de la cuestión.

¿Ha sucedido siempre así? Sí, hasta cierto punto. En todo caso, el poder de elegir los toros trae consigo la responsabilidad. Hoy, los toros de Daniel Ruiz han dificultado seriamente el previsto brillo del espectáculo. La corrida comienza, solemne, con un minuto de silencio en memoria de Pepín Martín Vázquez y de Juan Pedro Domecq. Las nubes negras se ciernen sobre la Maestranza y, justamente al empezar la lidia, estalla la tormenta : rayos, truenos, agua... La gente aguanta, impávida.

He recordado una greguería de Ramón Gómez de la Serna: «La tormenta comienza con un gran portazo conyugal, como si la diosa se hubiese marchado violentamente, dejando al Dios encolerizado».

Bajo el huracán, Morante lidia al primero , encastado pero incómodo, que puntea. Brilla sólo en una verónica y algunos doblones. No se da coba, machetea y mata con precauciones. ¡Mal empezamos!

Flojos y con genio

Temíamos que los toros de Daniel Ruiz flojearan pero no esperábamos que, además de eso, sacaran genio. El cuarto embiste brusco, a cabezazos, mansea; toma los engaños a regañadientes. Morante dibuja chicuelinas garbosas, lo pasa por alto con gracia sevillana y consigue algún buen derechazo , pero, pronto, se desconfía, tira líneas y vuelve a matar sin estrechuras. No ha estado al nivel que ahora acostumbra. Para el recuerdo queda su quite en el tercero: dos verónicas y media realmente fantásticas: es poco para lo que esperamos de él pero, con esta belleza, el cielo azul se abre paso entre los nubarrones.

El tercero, muy flojo , es sustituido por un sobrero, castaño, de la misma ganadería, que también flaquea. Mide Barroso el castigo, aguanta bien en banderillas Trujillo y Curro Javier es ovacionado al colocarlo, sin un lance: los detalles de sabiduría de la Maestranza. José Mari dibuja derechazos a cámara lenta, en el centro del ruedo, y aguanta parones. Muletea con su conocida clase pero el toro se para y enfría todo: las nubes siguen tapando el cielo.

El sexto también flojea y mansea, derriba a Chocolate, hiere al caballo. Saluda en banderillas Curro Javier, al que hace quites oportunos Araújo. El toro embiste a oleadas, descompuesto. Manzanares corre bien la mano, acompaña con la cadera, en preciosos muletazos, pero el toro no da facilidades y la faena resulta intermitente. La alarga demasiado, sufre un desarme y algunos arreones, se resbala en la cara del toro y falla al descabellar. El público lo ha tratado con cariño pero él no lo ha visto claro, al final.

El Juli vuelve a la Maestranza con la misma disposición y seguridad del año pasado. A su primero lo recibe con buenas verónicas y quita por chicuelinas. Brinda al público. El animal está justo de fuerzas, se cae varias veces : por la izquierda, se orienta, con peligro. La faena del Juli es seria, de mérito, valiente y responsable, pero el público no acaba de entrar.

Se desquita con el quinto, que no es mejor: flojo, sin clase, insulso. « Un esaborío», dicen a mi lado . El Juli lo va haciendo, lo conduce, muy seguro, por los lados. Manda, lo lleva prendido en los vuelos de la muleta, liga los buenos naturales con el de pecho. Lo mata —igual que al tercero— de una estocada con su habitual saltito y corta dos orejas, pedidas unánimemente por el público.

Pasada por agua

La esperadísima corrida del Domingo de Resurrección sólo en parte ha borrado la decepción de la Semana Santa más pasada por agua de los últimos tiempos.

He recordado unos versos del sevillano Antonio Machado: «Son de abril las aguas mil, /sopla el viento achubascado / y, entre nublado y nublado, / hay trozos de cielo añil. / Agua y sol, el iris brilla / en una nube lejana. / Zigzaguea / una centella amarilla./ Lluvia y sol, ya se oscurece / el campo, ya se ilumina...»

En medio de la tormenta, el cielo de la Maestranza se ha iluminado, esta tarde, con el toreo de El Juli: añil y oro, como su vestido.

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