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Vuelta a la triste ( y cruda) realidad

Volvimos, otra vez, a los toros que se colaban de manera estrepitosa, que echaban la cara arriba y que escarbaban remisos a embestir

Vuelta a la triste ( y cruda) realidad

FERNANDO CARRASCO

«¡Canorea! ¡Trae más cuvillos!». El grito sonó lapidario en medio de la resignación de una plaza llena ansiosa de repetir lo vivido el pasado sábado. Y es que en cuanto se prueba el jamón, que te ofrezcan de nuevo mortadela —y si encima está caducada—, es plato de mal gusto.

Todavía muchos seguíamos frotándonos los ojos, pellizcándonos para comprobar que lo sucedido entre José María Manzanares y «Arrojado» de Núñez del Cuvillo no fue un sueño, cuando comenzaron a salir al ruedo maestrante los toros de El Ventorrillo, ganadería también de primerísima fila por la que suspiran las figuras.

Y entonces, el sueño se esfumó como si a uno lo despertasen de repente y nos encontramos con la triste —y cruda— realidad, que no es otra que la vuelta al ganado infumable, imposible de torear. Volvimos a los toros que gazapeaban, que embestían a regañadientes, que se volvían al revés y que se frenaban a mitad del muletazo o bien se desentendían de la pañosa.

Los muletazos del alma ¿Saben cuántos muletazos le dio Manzanares a «Arrojado»? Los ha contado Canal Plus: setenta y uno»

Volvimos a los toros que se colaban de manera estrepitosa, que echaban la cara arriba y que escarbaban remisos a embestir. A los toros mansos que en cuanto se sentían podidos y vencidos por el torero, caso de El Juli ante el cuarto de la tarde, se marchaban de la zona de guerra y evitaban la pelea. O que buscaban el corbatín del diestro que les plantaba batalla, como el sexto a Daniel Luque. O simplemente que no tenían ni clase ni raza algunas, como el lote de Miguel Ángel Perera.

«Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo», dejó escrito Baltasar Gracián. Desgraciadamente, en el toro esta máxima no se cumple. Quizá la segunda parte —y menos conocida— de la frase, porque al menos ayer la corrida de El Ventorrillo fue despachada en dos horas justas. Pero lo bueno, en el toro, si extenso, mejor todavía. ¿Saben cuántos muletazos le dio Manzanares a «Arrojado»? Los ha contado Canal Plus: setenta y uno —71—. A cada cual más lento, más sublime, más barroco, más grande e inmenso. Muletazos que seguirán perennes en nuestra mente por siempre.

Por eso, cuando ayer fueron doblando los toros de El Ventorrillo, todos nos acordábamos de «Arrojado». Pero también del primero de la tarde del sábado, y del sexto. E incluso del segundo en su primera parte de faena. Mas la realidad supera a la ficción. Y aunque lo que sucedió el sábado fue real, que yo lo vi y lo viví, lo de ayer no hace más que devolvernos a los días previos a los cuvillos.

Despertamos del sueño y nos dimos cuenta de que la realidad es así de triste y de cruda, aunque haya excepciones que, esperemos, no sean las que confirmen la regla y, al menos, podamos deleitarnos con más embestidas como las de «Arrojado». El Ventorrillo, en cambio, fue más ventorrazo.

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