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De Triana a París

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«Orce ha pintado un cartel con azulejos que han salido del horno fecundo de su imaginación. Ahora falta que se conviertan en cerámica»

Día 18/07/2011 - 22.17h

Triana es una mujer de cerámica que ha resistido el paso del tiempo, las hambrunas y las riadas del Guadalquivir que le da nombre a la calle Betis antes de que la corriente se convirtiera en la dársena donde se mira, femenina y fatal, cuando llegan estos atardeceres de naranja amarga.

Así la ha retratado Antonio del Junco en ese programa de la Velá que ayer se presentó en la Peña Trianera: sombras a contraluz que cruzan el puente como si fuera la caverna de Platón. Triana es el capricho del Supremo Alfarero, el que se esmeró con el rostro de la Estrella hasta el punto de cambiarle una palabra al soneto de Juan Sierra: «¿Quién aromó de nardo tu belleza / con el barro más limpio de Triana?» El poeta hablaba de la sangre, pero el Alfarero que agoniza en la eternidad de su Cachorro herido la hizo del barro más puro que encontró cuando Pureza ya era la calle de la Esperanza. Inciso: ¿por qué se le eriza la piel al articulista cuando escribe la palabra Cachorro? ¿Por qué?

Triana es el reflejo de ese puente que es el gemelo del Carrousel que los parisinos derribaron y que aquí se conservó.

El puente del Carrousel unía las dos riberas del Sena, del Louvre al andén donde se alza la antigua estación d'Orsay que hoy acoge la mejor pintura impresionista de la historia.

Tal vez por eso el ceramista Alfonso Orce haya unido ese impresionismo parisino con el puente trianero en un cartel que nos reconcilia con el anhelo del sevillano ambivalente que busca la tradición hecha modernidad, y viceversa.

El puente iluminado está sugerido por esa pincelada suelta que le sirvió a un paisano nuestro para anticiparse al impresionismo en sus cuadritos de la Villa Medicis romana: un tal Velázquez… Y bajo el puente, como si fuera un galeón hundido en las aguas que guardan el mejor de los tesoros, un paño de azulejos con el nombre de Triana…

Unos azulejos que no existen más que en la mente de Orce, un ceramista de estirpe que ha demostrado lo evidente: se puede pintar el puente de Triana con la fórmula de un movimiento artístico que no sea el kitsch al que nos han acostumbrado los artistas que le tienen miedo a conjugar la tradición con la originalidad.

Hay que ser valientes, como la Estrella de la Mañana que cruza cada Domingo el puente del Carrousel trianero para dejarnos esa nostalgia que habita en la memoria del niño que se reencuentra con la vida: un año más, un año menos…

Orce ha pintado un cartel con azulejos que han salido del horno fecundo de su imaginación. Ahora sólo falta que se conviertan en cerámica trianera para que la tarde los esmalte con la luz anaranjada del poniente.

Ya se dijo antes. Triana es una mujer que salió del mejor barro, el que modeló con sus manos un Alfarero —otra vez el repeluco— que vence al tiempo en la interminable agonía de su calle Castilla.

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