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En la muerte del pintor, académico y catedrático Francisco García Gómez

Fue cartelista, dibujante, diseñador y colaboró como ilustrador en ABC

MANUEL JESÚS ROLDÁN

El pintor, catedrático emérito de la Hispalense y académico de la de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría falleció en Sevilla el pasado miércoles a los 75 años de edad. Su amplia obra recogió numerosos premios y menciones, destacando la excepcional calidad de sus dibujos y la levedad y transparencia de sus colores, fruto del estudio exhaustivo de los grandes de la pintura a los que admiraba, especialmente a Velázquez.

García Gómez nació en Sevilla en 1936, en la calle Roelas, nombre de pintor barroco que quizás influyó en la que sería la trayectoria de uno los más grande pintores que dio la segunda mitad del siglo XX en Sevilla. Con doce años entró a cursar estudios en la Escuela de Artes y Oficios, ampliando sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes. Junto al estudio de la pintura trabajó también el campo del arte gráfico y el diseño publicitario, que le serviría en más de una ocasión como medio de vida y como camino de experimentación de nuevos lenguajes y técnicas.

Ya en 1962 sería nombrado profesor de dibujo en la Escuela Superior de Santa Isabel de Hungría, pasando cinco años más tarde a ser ayudante de Amalio García del Moral. En años posteriores ganaría la auxiliaría de pintura y la cátedra de Dibujo Preparatorio.

Cartelista, grabador, dibujante, publicista, diseñador… en su amplia obra destacan algunas de la piezas que conserva el patrimonio de la Universidad de Sevilla, como un sorprendente bodegón realizado en 1961 que mereció el premio Ybarra en 1962, el retrato de Juan Cordero Ruiz como primer decano de la Facultad de Bellas Artes, la excepcional pintura que representa a San Jerónimo o el retrato de Su Majestad el Rey que preside el Paraninfo de la Hispalense.

Amante del color velazqueño, admirador de las obras maestras del Greco, meticuloso dibujante y grabador, ha sido el único pintor vivo que ha podido conocer una obra suya en el museo de Bellas Artes. La pieza, titulada «El alquimista», es una fantasiosa representación de su cuñado Manuel Márquez, una muestra de esa pintura que muchos se empeñaron en catalogar como realismo mágico sevillano, catalogación de la que el artista solía huir.

En su faceta de diseñador y de ilustrador colaboró con el diario ABC desde los años 60, siendo diagramador del periódico y autor de numerosas portadas que simbolizan toda una forma de entender la ciudad y toda una etapa de la estética de este diario que se prolongó hasta bien entrada la década de los ochenta. Años en los que la estética de los cuadernillos especiales del periódico llevaban su interpretación de la Semana Santa, formas que llegaron a los carteles que realizó para el Ateneo o incluso a anuncios y logotipos publicitarios. Su vinculación con la Semana Santa se puede ejemplificar en las excepcionales cartelas sobre tabla que realizó para el paso del Cristo de las Misericordias de la hermandad de Santa Cruz, el paño de la Verónica con inspiración medieval que realizó para la hermandad del Valle o el cartel oficial de la Semana Santa, dominado por la cabeza del Cristo del Amor.

Habitual de las tertulias del Rinconcillo, paseante eterno de los alrededores de San Román, apasionado del arte de su ciudad, inspirado en la Sevilla que fue su musa como lo pudieron ser su hijas Natalia y Marina o su hijo Marcos, observador de la belleza tanto en los pliegues de los árboles de la plaza de San Pedro como en la luz de cualquier rincón de una ciudad que entendió pincelada a pincelada, veladura a veladura.

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