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cincuenta años de la riada del tamarguillo

Cuando el agua arrasó Sevilla

Tal día como hoy, 25 de noviembre, en 1961, el desbordado Tamarguillo inundó Sevilla con cuatro millones de metros cúbicos de agua en la que fue la más terrible y dramática arriada sufrida por la ciudad

FOTOS: SERRANO

aurora flórez

Sevilla parecía un mar de chocolate desde el cielo, tan espectacular como trágico. Así lo vio Tomás de Martín Barbadillo , vizconde de Casa González y cronista desde un helicóptero del Ejército de la más grande riada sufrida por la ciudad, la del Tamarguillo, de la que hoy se cumplen cincuenta años. Cerca de tres cuartas partes de la capital se inundaron con más de cuatro millones de metros cúbicos de agua, tras un día de lluvias y la rotura del muro de defensa del arroyo. Imparable, la arriada llegó hasta el mismo corazón de la ciudad, dejando a su paso un rastro de tragedia, de desolación, de destrucción, de ruina, que, además, puso de manifiesto la precariedad de la vida de aquellos sevillanos que estrenaban los años sesenta, algunos de los cuales sobrevivían en un cinturón de infraviviendas y viviendas precarias que no sólo no fueron erradicadas sino que fueron en franco incremento después de la Guerra Civil.

La magnitud de la tragedia, ocurrida el 25 de noviembre de 1961 , quedaba reflejada en las frías cifras, pulsadas en los primeros avances tras el desbordamiento: la superficie invadida por los cuatro millones fue de más de 552 hectáreas . La población afectada alcanzó las 125.000 personas, 30.176 de ellas quedaron sin hogar . 4.172 viviendas fueron invadidas por el agua; 1.603 chabolas quedaron destruidas; 1.228 edificios sufrieron graves daños. Los informes técnicos posteriores, conocidos a primeros de diciembre, pondrían sobre el tapete la terrible herencia de la arriada en el caserío sevillano: 13.043 viviendas en mal estado, que reclamaban la evacuación rápida de sus vecinos, a las que se añadían 16.343 viviendas en estado totalmente insalubre, cuyos vecinos también habían de ser evacuados lo más rápidamente posible. En total, cinco días después de la tragedia, 29.386 viviendas estaban inservibles en una ciudad con millares de familias en la calle, recogidas provisionalmente en distintos tipos de edificaciones.

Todo ello propició lo que el escritor y periodista Nicolás Salas denominó el «cambio de piel» de la ciudad, tanto en el casco histórico como en la creación de nuevos barrios con viviendas sociales que venían a poner fin a las viviendas infrahumanas.

La catástrofe comenzó a fraguarse en la madrugada del viernes al sábado, cuando la enorme cantidad de lluvia caída produjo la crecida de los arroyos Tamarguillo y Buena Esperanza, cuyas aguas uniéndose empezaron por inundar a gran velocidad la Carretera Amarilla. La fuerte lluvia anega El Cerro del Aguila y Amate. Caen casas y las chozas comienzan a ser arrastradas por el imparable avance del agua. La situación se complicó gravemente cuando en la tarde del sábado se abre, en una longitud de unos cincuenta metros, una primera brecha en el muro de contención del Tamarguillo , cuyo cauce llevaba en aquellos momentos 130 metros cúbicos de agua, según los estudios técnicos posteriores, en su cruce con la autopista de San Pablo, a pesar de los intentos del Ejército para afianzarlo, e inundaron La Corza. La corriente siguió hacia las zonas bajas de la ciudad y llegó a desembocar en la Macarena. Se inundaron, a la vez, San Bernardo, la calle Oriente, la estación de Cádiz, el Prado de San Sebastián, la Enramadilla y las avenidas del Cid y de la Borbolla, Santa Justa... Pasaban las horas y el agua era incontenible, añadiéndose que el Guadalquivir, desde su nuevo cauce, anegó varias casas de la Vega de Triana. En la noche el panorama era dantesco, con millares de familias aisladas, privadas de abastecimiento, algunas de las cuales permanecían en los techos de sus viviendas en espera de ayuda. El domingo las aguas habían hecho su aparición en la Alameda de Hércules, la plaza del Duque, la Campana, San Pablo, Puerta Carmona, Puerta de la Carne... El corazón de Sevilla era de agua, que llegaba a todas partes y cortaba el camino . La vida quedó convertida en un auténtico caos, las líneas de autobuses no funcionaban, no había taxis ni tranvías, no podía haber comunicación telefónica, ya que las aguas desbordadas alcanzaron las instalaciones de la Central Telefónica de la calle Luis Montoto, inutilizándolas, y el servicio ferroviario estaba cortado.

El panorama era desolador y hasta el martes no comenzaron a volver a una relativa normalidad los sectores del casco urbano afectados mientras el colector general de Heliópolis trabajaba a pleno rendimiento para absorber el agua, aunque seguían inundados los barrios más lejanos. Las fuerzas del Ejército, que llevaban trabajando cincuenta horas sin descanso, taponaban las brechas del muro de contención del Tamarguillo. Hasta el miércoles, el arroyo no quedó reducido.

En un primer recuento de medidas, ABC de Sevilla recogía que la última máxima alcanzada por las aguas, cuando ya volvían a su cauce cinco días después del desbordamiento, era la siguiente: La Corza, 3 metros; Campo de los Mártires, 6 metros; Santa Justa, 1,20 metros; Macarena-Miraflores, 1,50 metros; Alameda de Hércules; 1,80 metros; Puerta del Arenal, 0,50 metros; Puerta de Jerez, 0,60 metros; San Bernardo-Parque Porvenir, 3 metros, y Jesús, María y José, 1 metro. Se habló de cuatro ahogados, entre ellos dos niños, pero los daños materiales fueron incalculables, incidiendo especialmente en los más modestos comercios e industrias, además del destrozo de la infraestructura urbana, desde el pavimento al alumbrado público pasando por el alcantarillado.

En aquellos terribles momentos brilló, como siempre, la solidaridad de los sevillanos, que quedó retratada en las páginas de ABC de Sevilla , cuyos periodistas, estuvieron desde el mismo sábado 26 a pie de calle pulsando la realidad de la tragedia.

Sevilla replicó a la tragedia encarnada en aquellos muchachos del Frente de Juventudes, de sociedades deportivas, de colegios , que se desperdigaron para ayudar a los damnificados; en el anciano Pedro Luque acompañando a las jóvenes del Servicio Social para entretener con sus cuentos a los niños que iban siendo evacuados; en voluntarios de clase media, con títulos nobiliarios, que ayudaron a trasladar a quienes lo necesitaron; en aquel ingeniero que ofreció quinientos pollos; en el gremio de peluqueros de señoras dando su ayuda desinteresada... Así lo recogía Amores en nuestras páginas. Y entre tanta tristeza, volvemos con Martín-Barbadillo a sobrevolar en helicóptero la ciudad, teñida de barro chocolate, para rescatar a un enfermo de perforación de estómago de una azotea de un bloque de San José Obrero desde la que un hombre ondeando dos trapos, rojo y blanco, les pedía ayuda mientras un sacerdote hacía al aire la señal de la Cruz.

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