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La vida secreta de los héroes de la Davis

Carismáticos y conquistadores, son ídolos de masas. Pero una vez que abandonan la pista, sueñan con disfrutar de una existencia tranquila

Día 03/12/2011 - 12.20h

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En el sevillano vestuario de España, acicalado para la final de la Copa Davis con miles de mensajes que llegan de cualquier rincón del planeta, se habla un lenguaje común. «Aquí lo bueno es que todos somos amigos», dice una voz autorizada, reflexión compartida por jugadores y técnicos. Los héroes del presente, centradas las portadas en sus raquetazos desde La Cartuja, conviven desde hace algo más de una semana en busca de la quinta Ensaladera, confirmado como el equipo del siglo XXI ya que se liberó con la primera en el curso 2000 y desde entonces ya han caído cuatro. España venera a la mejor cosecha que jamás ha tenido el tenis.

Básicamente por los resultados y porque los tenistas son personajes más cercanos, expuestos a una vida de lujos sin que el calendario les permita disfrutar de esos lujos. De arriba a abajo, siempre con la maleta a cuestas, un año sin parar. Aquí no hay descanso, apenas unos días muertos entre torneo y torneo. Ni vacaciones de verano, ni fiestas navideñas ni tampoco unos días para ordenar las ideas. El calendario tenístico, terrorífico, transcurre de enero a diciembre sin opción a la tregua, desde Sidney hasta Londres. «Es una vida muy dura. Realmente no me puedo quejar, pero con estas agendas es difícil competir muchos años, no me veo jugando a este nivel hasta los 29 años», resume Rafa Nadal.

Lo dice la mejor raqueta de España, un ejemplo para cualquier crío, bandera de una generación de deportistas que llena páginas de diario en papel para guardar. Nadal es el hoy y será siempre el mañana porque sus hazañas tardarán en igualarse si es que alguien llega en algún momento. Tan asombroso es su palmarés que cuesta encontrar más calificativos.

«Es mejor persona que tenista», explica sobre Nadal el tenista argentino Juan Mónaco, uno de los mejores amigos del mallorquín aunque esta semana se distancien por la final de la Davis. «Eso es lo que más me enorgullece», resume el tío Toni, entrenador y algo más, encantado de que su sobrino siempre esté bien considerado fuera de las pistas. Porque ahí, sin cinta y raqueta, nace la otra vida de los tenistas españoles, igual de corrientes que cualquier persona de calle, tipos sencillos porque este deporte no es tan mediático como el fútbol.

Delantero con olfato

Precisamente Nadal dudó entre las botas a la raqueta. Siendo un chaval, creció mientras su tío Miguel Ángel jugaba en el Barcelona y en el Mallorca y «Rafel», como le llaman en casa, se expresaba a las mil maravillas con el balón. Delantero con olfato, adoraba el fútbol porque estaba entre amigos y se divertía, nada que ver con las exigentes clases de tenis con Toni. El futbolista que nunca fue acabó por ser el mejor tenista español que se recuerda, pero los amigos siguen siendo los mismos con los que se va de vacaciones. El año pasado, les invitó a todos a Tailandia y pasaron días de playa, barca —le encanta navegar— y motos de agua.

A Nadal se le entiende desde la familia, compacta y adaptada a los nuevos tiempos, bien organizada en torno a la figura de sus padres y los tíos. En Manacor, todos saben quiénes son los Nadal porque en todos los ámbitos son buenos y porque el apellido pasea por medio mundo dando mordiscos a cada trofeo que logra. Siempre que gana, Nadal habla de su familia, de su gente, de su equipo. En noviembre, saturado por el ir y venir, se llevó a los suyos un par de días a Eurodisney porque adora los parques de atracciones. De hecho, lleva dos años haciéndose la foto con el trofeo de Roland Garros en el parque temático de París porque así aprovecha para pasar un día de emociones.

Un anuncio de una marca de coche resume su manera de ser. «Si cambiara Manacor por Miami, dejaría de ser Rafa Nadal», dice con firmeza, frase a la que nunca da la espalda. Nadal adora Manacor y ahí se escapa siempre que puede, una vida simple que pasa por pachangas de fútbol, jugar al golf —sobre el handicap 10— y pescar. Así de sencillo, no necesita más para ser feliz. Lo hace junto a sus amigos de toda la vida y cerca de «Mery», que es como llama cariñosamente a su novia de toda la vida, María Francisca Perelló —no le llama Xisca, contrariamente a lo que se cree—, y que le acompaña siempre que se tercia por el circuito. Discreta, silenciosa y elegante, es la mejor compañía de Nadal para una vida tremendamente exigente.

Hay un Nadal solidario, cabeza de cartel siempre que puede en los actos benéficos, agradecido con la vida que le ha tocado vivir. Hay un Nadal forofo, hincha del Real Madrid —mucho—, del Real Mallorca —accionista— y también de Estudiantes de La Plata —afición que le inculcó Juan Mónaco—. Y hay un Nadal anuncio, reclamo publicitario de marcas como Armani, para quien posa como un modelo profesional, Kia o Nike.

«Rafa es un ejemplo en todo», le define David Ferrer, con quien comparte horas y horas jugando a la PlayStation —casi siempre al Pro Evolution Soccer—, incluido en la lista de amigos porque hace muchos años que se conocen. Ferrer es el hombre tranquilo, asentado al filo de los 30, un jugador muy querido en el vestuario porque nunca se sale de tono. Antes, en edades rebeldes en donde se creía más de lo que tocaba, había pasado horas encerrado en el cuarto de las bolas. Javier Piles, su técnico de toda la vida, no le perdonaba ni una y David, cansado y desafiante, dejó la raqueta y se fue al andamio. Al día quería volver a las pistas, y bien que le ha ido.

Es educado y cariñoso, cuentan de él, igual de futbolero que Nadal, Verdasco o Feliciano, aunque Ferru está solo en su defensa por la causa azulgrana. Aunque también defienda al Valencia por cercanía, básicamente es del Barcelona. «Ahora está en un gran momento», explica su entrenador. Ferrer se ha estabilizado emocionalmente, un tenista de pulmones infatigables que adora la bicicleta y corre como nadie. Sus entrenamientos físicos son extremos. En silencio, sin salir en las revistas, otea el tenis desde una posición de privilegio.

Los galanes

Más portadas han tenido Feliciano López y Fernando Verdasco, reclamo de las cámaras por sus conquistas dentro y fuera de la pista. A Feli, que adora por igual un buen partido de su Madrid que una corrida de toros, se le ha visto en programas del corazón y especialmente cuando fue novio de María José Suárez, ex Miss España y con quien mantuvo una relación de sí, pero no. «No me considero un latin lover», ha dicho más de una vez. A sus 30 años, él mismo apunta que está en su mejor momento, más maduro que nunca. Le encanta la música española, el flamenco y cuida su vestuario hasta el más mínimo detalle.

Igual que Verdasco, madrileño de pro que siempre ha reconocido que cuando acabe con el tenis le gustaría probar con el escenario y ser actor, aseado frente al espejo y también hombre anuncio. Le gustan los coches deportivos, sentir su potencia, y actualmente tiene como novia a Jarah Mariano, una impresionante modelo de Victoria's Secret. Con todo, rechaza alguna opinión frívola que se pueda tener sobre él. Son cuatro fantásticos más Marcel Granollers, el reserva de Albert Costa en esta final. Son cuatro héroes que siempre han ganado formando equipo con España. Son cuatro amigos, cada uno con su estilo.

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