Un sevillano cernudiano
Miguel García Posada era un tipo especial, fino, tal vez frío, aunque de una ternura y una humanidad extraordinarias, un «sevillano cernudiano», como lo define el escritor sevillano Julio de la Rosa, amigo íntimo del crítico literario, al que conoció cuando ambos iniciaron la carrera de Filosofía y Letras. Como Cernuda, mantuvo una relación de amor y odio con Sevilla, a la que amaba casi a escondidas, como a la Semana Santa, que atropellaba por las esquinas de la ciudad engalanada. Fue profesor de instituto y quiso el destino que ocupara la cátedra que dejo vacante Gerardo Diego. Estudió letra a letra el legado literario de Lorca, no en vano fue el autor de la edición considerada definitiva de sus obras completas. También limpió, fijó y dio esplendor a la obra de Lope de Vega y a la de otros clásicos contemporáneos y modernos. Valiente y coherente, le decía al pan pan y al vino vino y eso convirtió su trabajo de crítico literario en una profesión de riesgo. Un conocido escritor que no era santo de su devoción lo puso en el disparadero por una crítica muy negativa de un libro suyo. Pero él siempre fue fiel a sí mismo y no se doblegó.
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