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«La crisis ha hecho de los reporteros de guerra una especie en extinción»

La periodista catalana, que ha cubierto como «free-lance» los conflictos bélicos de Afganistán, Chechenia, Egipto, Libia y Siria, entre otros, acaba de publicar «La kamikaze», ambientada en Kabul

«La crisis ha hecho de los reporteros de guerra una especie en extinción» raúl doblado

jesús álvarez

Mayte Carrasco (Tarrasa, 1975) es reportera de guerra y escribe análisis para el Instituto Español de Estudios Estratégicos. Su primera novela, «La kamikaze» (La Esfera de los Libros) retrata las tribulaciones de una neurótica corresponsal de guerra en Kabul.

—¿La primera víctima de una guerra es la verdad?

—Lucho para que no lo sea, como mis compañeros.

—¿Y la segunda es la esperanza?

—La esperanza nunca muere, al menos es lo que he visto en las revueltas de Egipto y Libia.

—¿Y en Siria?

—Allí me temo que la esperanza pude morir cuando mueran los combatientes por la libertad.

—¿La «primavera árabe» llegará al verano?

—Igual no y muere antes. El dinero que corría alegre por Libia en ayuda internacional no ha llegado a Siria.

—¿Siria sobrevivirá a Bachar El Assad?

—Aún puede ganar la guerra porque tiene un ejército de los más poderosos de Oriente Medio y amigos muy fuertes como China, Rusia o Irán.

—¿Ha podido comprobar ahora en Kabul, como Pérez Reverte en Sarajevo veinte años antes, que el ser humano es un «hijo de puta por naturaleza»?

—He visto gente maravillosa y otra extremadamente malvada en la guerra, pero no estoy de acuerdo con Arturo.

—Al lado de lo que habrá visto en Afganistán, Siria o Libia, la crisis de España o Grecia le parecerá casi una cosa de niños...

—No crea porque mi familia lo ha perdido todo por la crisis. Ha luchado durante toda la vida para nada.

—Lo siento mucho, pero ¿no cree, a pesar de eso, que tenemos razones para ser más felices que en Afganistán, Siria o tantos países africanos?

—Sin duda. Y creo que la crisis puede servir para replantearnos en España nuestras verdaderas prioridades, que están por entero desmontadas.

—¿A qué se refiere?

—Creo que hemos perdido en humanidad, tolerancia, solidaridad y competencia. Antes de la crisis, nuestro modelo era el que gana mucho dinero a base de pisar cabezas. Y eso es lo que nos ha llevado al pozo.

—La protagonista de su novela llega a Kabul, una de las ciudades más peligrosas del mundo, y dice que aunque no iba allí a suicidarse, no le importa morir. ¿Le pasó eso a usted?

—No, yo soy más sensata. Ella es un personaje muy extremo: la antiheroína de la guerra, está llorando todo el día, saca el lingotazo de güisqui cada dos por tres de debajo de la cama.

—¿Nunca hizo eso?

—No.

—Dice Vázquez-Figueroa, que fue corresponsal de guerra en los 60 y 70, que el último país en la Tierra al que volvería es a Afganistán, por lo áspero que es y el fanatismo de tantas personas de allí. ¿Es así ahora todavía?

—A mí me encanta Afganistán, pero creo tengo que reconocer que el peor enemigo de Afganistán, que es un país guerrero, son ellos mismos.

—¿El kamikaze afgano es culpa de Inglaterra, de Rusia o de EE.UU., los países que invadieron su pais, o es culpa del fanatismo islamista?

—El fanatismo religioso es, sin duda el culpable, pero éste ha estado alimentado por la actuación de esos países que cita y que han apoyado a tiranos que han oprimido al pueblo. En Afganistán Occidente ha creado una democracia artificial en la que a los criminales de guerra los hemos hecho parlamentarios. Y así va.

—¿Ha visto a gente feliz en Afganistán, a pesar de todo?

—Sí, y creo que es porque sabe que están siempre muy cerca de la muerte y que saben que deben aprovechar cada minuto de vida que les queda.

—Allí no se suele morir de viejo, como en España. ¿Un país sin personas mayores tiene algún futuro?

—La gente joven tiene mucha energía pero le falta experiencia y sabiduría. Un país sin ancianos es más triste, sobre todo si no se le escucha, como aquí.

—A la guerra se suele ir por dinero ¿Usted por qué fue?

—Los reporteros de guerra de ahora no vamos por dinero ni por fama. Yo he ido y voy porque creo que lo que cuento puede cambiar las cosas y que puedo ayudar. La mayor recompensa para mí es que una abuela afgana te abrace y te da las gracias por ir allí.

—¿La guerra no se ha convertido ya en una especie de espectáculo, una suerte de show televisivo «on line»?

—Sí, lo es. Es el circo-espectáculo, porque lo que interesa es mostrar la primera bomba y la última, sin explicar las causas del conflicto.

—¿El miedo es uno de los grandes negocios del mundo?

—Es posible, aunque más bien creo que es una herramienta útil para manipular a la opinión pública.

—¿Y el periodismo puede ser un antídoto contra el miedo?

—Ojalá lo fuera, pero en este momento el periodismo está patrocinando, en general, la propaganda del miedo, repitiendo eslóganes.

—Dice Ybarra Zabala que el reportero de guerra es una especie en vías de extinción, por la crisis de la prensa y las agencias. ¿Es así de duro?

—Sí, lo somos. La mayoría de los reporteros de guerra somos «free-lance» y vamos desprotegidos, sin contrato, sin chaleco anti-balas y cobrando a la pieza. Y cada vez menos. Se envía a la gente en plan paracaidista y sólo durante una semana. Así no se puede hacer bien el trabajo. Por desgracia, ha cambiado mucho la cosa desde los tiempos de Pérez Reverte.

—Cuando se entera de que a colegas como Emilio Morenatti les siega un pie una bomba en una zona de guerra, ¿qué le dicen sus padres o su pareja?

—Siempre he tenido esta vocación y mis padres la entienden, aunque a menudo les he ocultado información para que no se preocupen más.

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