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entrevista

Antonio López: «En el arte actual hay mucha morralla, pero es por impostura, no por torpeza»

El artista manchego ya ha elegido el lugar exacto desde el que pintará el «retrato de Sevilla» que le ha encargado el Ayuntamiento, aunque pide paciencia a todos, porque él pinta «a su ritmo»

FOTOS: JOSÉ GALIANA

jesús álvarez

Antonio López (Tomelloso, 1936) es el pintor español vivo más conocido dentro y fuera de España, además del más cotizado. Sus obras están en algunos de los mejores museos y colecciones particulares del mundo. Esta semana ha dirigido en la Fundación Valentín de Madariaga de Sevilla el primer taller de «Sevilla es talento», organizado por el Ayuntamiento. Los doce jóvenes artistas que han podido tratar con él, de los que dos disfrutarán de una beca de seis meses en el extranjero, lo definen como un tipo «cercano», «sencillo», «constructivo» y «verdadero».

—¿Cómo le ha resultado esta experiencia de hacer un taller con doce jóvenes pintores?

—Me gusta lo que ocurre en estos talleres. Mi relación con otros pintores es una continuación del estudio, algo que tiene que ver con lo que te importa de tu vida.

—¿Les ha dado muchos consejos?

—No nos conocemos y lo que nos une es el amor por una actividad, pero más que consejos, lo que me gusta es estar presente con ellos, acompañarles. Tampoco tengo muchas cosas concretas que decirles.

—¿Y ellos a usted?

—Ellos me hablan de sus cosas. Y ver cómo están creando tan cerca de ti es algo muy emocionante.

—¿El arte se puede enseñar?

—El objetivo de estos talleres no es el aprendizaje. Pero yo pienso que hay gente que sabe más de la disciplina que otros. Por ejemplo, pescadores que saben más de pesca que otros, cocineros que saben más que otros y prostitutas que saben más que otras. Más que enseñar, creo que los pintores podemos transmitir cosas.

—Lleva pintando desde los 13 años y ya tiene 76. ¿No se cansa nunca de pintar?

—A veces sí. Y entonces hago otras cosas: escultura, dibujo. Pero mi trabajo me sigue interesando mucho. De todas maneras tengo la suerte de que tengo pocas distracciones.

—Un artistas como usted es ahora más libre de lo que lo fueron Velázquez o Goya en su época...

—Sí, pero más libre aparentemente, porque ahora el primer paso lo da el artista. Pero esto, insisto, es en apariencia, porque el segundo paso lo da la sociedad. Y ahí empieza el diálogo.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Si el diálogo es bueno, sigues trabajando en libertad. Si no lo es, tienes que empezar a ver qué es lo que ocurre, qué es lo que no funciona. En ese caso creo que el artista debe hacer un movimiento de acercamiento a la sociedad o bien mudarse a otro lugar donde puedan entenderte.

—En otras manifestaciones culturales, el artista no puede dar ni siquiera ese primer paso...

—Es verdad. Sólo en pintura y literatura el artista depende inicialmente de sí mismo y no necesita el permiso de nadie. Los demás tienen que actuar casi desde el primer momento por encargo.

—¿Y los encargos pueden ser mejores para el artista, en algún caso, que dejarlo a su libre albedrío?

—Los encargos pueden ser buenos o malos.

—¿Usted ve progreso en el arte?

—No. El arte no ha progresado.

—¿Por qué?

—Porque el hombre tampoco ha progresado. El hombre del siglo XXI en esencia no es mejor al de la Grecia de Sócrates o al de los egipcios. Lo que ha hecho el hombre es ampliarse.

—¿Cuál es su etapa favorita en la Historia del Arte?

—El hombre occidental tiene un recorrido hacia atrás tan largo y tan rico que no sé qué decirle. Hay momentos maravillosos en el XVII, en el XVII, en el XIX, pero es que hace tres mil años también se hacían cosas maravillosas. Y también ahora, en este momento, se hacen cosas muy buenas.

—¿Y no cree que también se está haciendo mucha morralla?

—Muchísima. Actualmente hay una barbaridad de morralla, pero en siglos pasados también había mucha morralla. Para mí esta morralla tiene más relación con la impostura que con la torpeza o el desconocimiento. Hay mucha mentira en el arte actual, a montones.

—¿Los tiburones o las calaveras de Damien Hirst, por ejemplo?

—En este mundo hay gente con muchísimo dinero a la que les parece muy interesante poseer algo excepcional, sobre todo en el precio, algo que no puede poseer otra persona. Nuestra sociedad es cada vez más capitalista, cada vez más a lo bestia.

—¿Esa gran mentira que hay en el arte actual no se ve también en la política o en la economía?

—Sí, pero esa impostura no es de ahora. Lo que pasa es que ahora se hace muy evidente porque lo vemos todos los días en los periódicos o en la televisión, pero hace mucho tiempo que unos hombres están manipulando a otros.

—¿Es posible que ahora estamos en un momento cumbre de esa manipulación del hombre por el hombre?

—Creo es que esa manipulación que ha existido siempre ahora se hace con más descaro. Y se actúa de una manera más impune, con menos controles. No existe ya el control de la religión ni el temor a la sociedad porque vemos que uno hace lo que le da la gana y sabe que no le va pasar nada. Esa es la libertad que tenemos ahora.

—¿Es optimista?

—No. Pero la vida y el mundo siguen.

—¿La pintura debería estar al servicio de una historia o no necesariamente?

—La pintura tiene que ser la materialización de la experiencia y los sentimientos del artista. Puede estar contenida en una historia o puede no haber una historia. En «El Juicio Final» de Miguel Ángel hay una historia, pero en una pintura de Van Gogh no hay propiamente una historia, pienso en unas flores en un jarrón, o una habitación, cosas aparentemente banales, aparentemente sin historia. Yo creo que en el arte contemporáneo tiene muchísimo valor el trabajo que hace el artista sin tener una historia propiamente dicha. Es algo que no había ocurrido nunca antes.

—¿Por eso dice que le costó entender menos a Tapiès que a Velázquez?

—Aunque esto pueda extrañar a alguien, a mí me parece muy racional porque entender lo que ocurre a tu lado es más fácil que entender lo que pasó hace tres siglos. El que no entiende lo contemporáneo no puede entender lo que no ha vivido. A mí Picasso y Tapiès me resultaron más fáciles de entender.

—Yo entiendo mejor un cuadro de Velázquez que otro de Tapiès. Y tal vez haya más gente como yo.

—A lo mejor es que a usted y a mucha gente le gusta más Velázquez, pero eso no quiero decir necesariamente que lo entiendan. La lectura de superficie de Velázaquez es muy fácil, pero penetrar en la sensibilidad de aquello y emocionarse ante aquello creo que es más difícil.

—¿Usted se emociona más con un cuadro de Tapiès que con uno de Velázquez?

—No es eso. Lo que quiero decir es que me costó más entender a Velázquez, no que me guste menos Velázquez que Tapiès.

—A usted, a diferencia de Tapiès y de otros pintores de su generación, lo entiende todo el mundo...

—Una cosa es que guste algo y otro entenderlo. Cuando hablamos de público, en general, parece que la figuración tiene una puerta de comunicación más grande. Pero el arte, en lo básico, es emoción, sean las formas reconocibles o no.

—¿Por qué los detalles son tan importantes para usted?

—¿Por qué cree usted eso?

—Porque cuando veo un cuadro suyo, me parece que no pasa nada por alto, ni el más mínimo detalle.

—Eso es porque si trabajo sobre una ciudad, quiero que el cuadro aporte toda la información necesaria para que esa ciudad se identifique. Si pinto la Torre del Oro me gusta sacar las ventanas o los elementos pequeños. Necesito ese tipo de descripción. Si Matisse pintara cualquiera de las cosas que pinto yo, no necesitaría aportar tantos datos. Para mí todo tiene que tener una máxima nitidez. Pero yo a eso no le llamo detalles.

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